Manuel Malaver
Cada hora resulta más difícil encontrarle posibilidades de escape a Maduro y sus narcogenerales, pues liquidadas opciones como el diálogo y la celebración de elecciones regionales o generales, pareciera que, solo una salida por la fuerza estaría en la agenda de quienes de manera mayoritaria piensan que, “el dictadorzuelo” ha llegado demasiado lejos para tolerarlo en cualquier transición.
Y cuando hablo de “salida por la fuerza”, no me refiero a un golpe de estado, ni a que “el ejército desarmado” opositor se arme y libre batalla tras batalla hasta ocupar Miraflores, sino a que, la protesta de calle se extienda y profundice más y más, hasta arrollar por su volumen e impulso a los que intenten aplacarla, contenerla o disolverla.
Y no solo por la intermediación de las armas -que las tienen en número y eficacia respetables-, sino por jugarretas y estratagemas como “el falso diálogo” de octubre y noviembre pasados (“zancadilla” lo llamó recientemente en un artículo el politólogo chileno, Fernando Mires) que dejaron tan desacreditados a Maduro y a quienes en la oposición cayeron en su trampa, que al comienzo de la actual crisis, y menos ahora cuando al parecer se acerca al final, se atreve alguno siquiera a insinuarlo.
En otras palabras que, día a día resulta más claro que Venezuela no pondrá fin al siniestro ciclo de militarismo comunistoide y narcotraficante sino en la calle, y como consecuencia del crecimiento incontenible de protestas, cuyo fin no puede ser otro que desbordar a unas fuerzas policiales, militares y paramilitares condenadas a “quebrarse”, según la insurrección democrática las asfixie, fragmente y ahogue.
Son los signos de una dinámica que, esbozamos en un artículo escrito al comienzo de la confrontación con el título de “Venezuela y la guerra civil del Siglo XXI” y, cuyas ideas básicas han sido compartidas –aunque no el título- por analistas de dentro y fuera del país.
Los sucesos que, en lo que va de mes, se han desencadenado en los estados andinos, y particularmente en Táchira y Mérida, que continuaron en los Altos Mirandinos, San Antonio de los Altos, Carrizales y Montaña Alta, pero que, sobre todo, lograron una demostración estelar en el sacudón de ayer en la ciudad de Barinas, nos dan la pauta de hacia dónde se dirige el tsunami de la “insurrección popular” o Guerra Civil del Siglo XXI y cómo es imposible que su final no concluya en la inundación y desbordamiento de Miraflores.
Desde luego que, hablamos de una variable que, los primeros en manejar han sido los estrategas del gobierno, y por ello han concentrado el grueso del poder de fuego de su único cuerpo confiable, la GNB, en la capital, pero sin que ello haga inevitable que la constancia, el volumen creciente, y el entrenamiento de quienes participan en las marchas, hagan de Caracas otro Sicopó, Pueblo Llano, Barinas o Altos Mirandinos.
Es la expectativa fundamental con la cual tienen que trabajar la dirección opositora, y los mismos comandos que actúan independientemente en las marchas y que, a medida que la protesta crece, amplifica y endurece, no es un sueño sino una realidad a pocos pasos del Este y el Oeste de Caracas.
Y puede desencadenarse cualquier día –mañana, pasado mañana, en una semana o un mes- y para el cual tiene que establecer la oposición un “Plan Maestro” que contengan los remanentes de una resistencia final del madurismo y unir a la mayor cantidad de fuerzas civiles y militares posible para empezar a construir el nuevo orden democrático.
Otra posibilidad puede ser que la libertad venga del interior a Caracas, como sucedió en la “Guerra de la Independencia”, y quizá en la “Guerra Federal” si Zamora no muere en San Carlos, Cojedes, pero que hoy día luce como un evento lejano, dada la jerarquía del centro como corazón del Estado nacional.
Pero eso, siempre y cuando la Fuerza Armada Nacional no intervenga, permanezca neutral y deje, como hasta ahora, que sea la Guardia Nacional Bolivariana que comandan Reverol, Benavides Torres, Cabello y Tareck El Aissami –todos del Cártel de los Soles- la que se queme en el asador y, no solo acompañe a Maduro al cementerio, sino que se entierre con él.
Imponente incógnita a resolver esa de porqué ni el Ejército, ni la Aviación, ni la Armada han intervenido en el conflicto y, hasta esta madrugada, cuando escribo estas líneas, ve impasible cómo los manifestantes desguazan a la GNB, la hacen correr, queman sus equipos, detienen a sus oficiales, toman sus comandos y sin en Fuerte Tiuna, ni ningún otro cuartel del país se den por aludidos.
Una explicación pertinente puede ser que, como se trata de un conflicto civil y, básicamente de orden público, emplear efectivos que están entrenados para la guerra y luchar contra otros ejércitos, no ayudaría sino que empeoraría las cosas para Maduro y las mejoraría para la oposición.
Pero otra puede ser que, el Ejército y el resto de las fuerzas componentes de la FAN, esperan por el colapso de la GNB, que, era un objetivo que al fin y al cabo estaba en el programa original del chavismo, para pasar después a destituir a Maduro y sus narcosoles y negociar con la oposición un gobierno de transición.
Queda una última explicación que, es por cierto, con la que más nos identificamos: la FAN está igual de dividida que el resto del chavismo y el madurismo, y no solo en los tres cuerpos que la componen, sino en los mismas unidades que se desparraman en partículas de ínfima operancia y efectividad, y por tanto, en espera de los sectores cívico-militares que terminen por imponerse, para plegarse, en ese caso, a los ganadores y apostar después al “aquí no ha pasado nada”.
Pero de todas maneras, se tratan de factores sinuosos, porosos y opacos, frente a los cuales, la oposición democrática y su ejército de calle, no pueden mantener otra actitud que fortalecerse a sí mismos, proyectarse como el nuevo gobierno y atraer a todos los sectores de fuera y dentro de la sociedad civil, a los militares y civiles, que no habiendo incurrido en delitos, se sumen a la salvación del país por la fuerza de la unión, la libertad, la democracia y la venezolanidad.