Adolfo P. Salgueiro
A estas alturas al público en general no le interesan los detalles diplomáticos, técnicos o procedimentales de lo acontecido en las dos reuniones que acaban de llevarse a cabo en la OEA. Pocos o ninguno saben que los cancilleres se sentaron en las mismas sillas (primero en Washington y después en Cancún) primero como “Reunión de Consulta” con unas reglas de procedimiento y al rato siguiente como Asamblea General con otras reglas de procedimiento. En ninguna de las dos lograron nada concreto.
Un número probablemente mayor de personas debe estar en cuenta de la vergonzosa actuación de la persona que para bochorno de la República ha ocupado el despacho de Relaciones Exteriores hasta hace apenas dos días. Algunos a lo mejor saben que en la enésima rotación de ministros del gabinete ejecutivo esa persona fue sustituida por un señor que habiendo sido profesor universitario devino en “bully” internacional comportándose cual malandro en los recientes foros internacionales en los que representó al gobierno (definitivamente no al país), incluyendo duelo de gruesos insultos con compatriotas disidentes en pleno lobby de un hotel en el exterior.
Muchos más se habrán enterado de que en esas reuniones de la OEA la organización continental falló en poder ponerse de acuerdo siquiera en alguna mínima medida para desactivar la crisis que se vive en nuestro país. La palabra que más se ha utilizado en estos desafortunados episodios es hipócritas, destinada a calificar a aquellos que por aprovechar las últimas migajas de un banquete ya terminado vendieron su voto o su abstención (que es lo mismo) mientras profesaban su interés en “ayudar” al pueblo venezolano apelando a obsoletas e interesadas interpretaciones del concepto de soberanía. Vergüenza debiera darles haber dado la espalda al pueblo que en su momento les extendió la mano con programas de auténtica cooperación que no de compra de conciencias y lealtades.
El rencor, la retaliación y el cobro de viejos sinsabores no pueden ni deben ser criterios determinantes en las relaciones internacionales, las cuales debieran sustentarse en el equilibrio entre pragmatismo y principios, en la cordialidad y el respeto a las formas de la diplomacia que por algo viene sirviendo a la humanidad desde hace milenios aun cuando sus características vayan variando según los tiempos. Así y todo, quien nos abandonó en épocas de extrema crisis no podrá esperar que el día de mañana, apegada al concepto de solidaridad, Venezuela siga jugando el papel del pendejo listo y presto para el olvido histórico. Cilantro… ¡pero no tanto…! En Petrocaribe hay facturas comerciales atrasadas y exigibles por pagar. No hay que olvidarlo.
Por lo anterior, también hay que revisar el concepto de que la OEA no sirve para nada. Todo lo contrario. Veinte países apoyaron la causa de la democracia venezolana. Algunos –cuatro o cinco– prometieron hacerlo y a la hora de la verdad “arrugaron”. Solo unos pocos se cuadraron con Miraflores y otros bastantes miraron para el otro lado ignorando el drama de su vecino por razones que cada quien sabrá en su conciencia o su bolsillo. Entre los que nos tendieron la mano suman 90% de la población, territorio y PIB del continente. Las reglas del juego –aceptadas de antemano por todos igual como la Carta Democrática– no permitieron que esa mayoría avasallante pudiera convertirse en una declaración formal en pro de la democracia venezolana pero lo que está a la vista no precisa de anteojos. América nos apoyó en forma determinante y así se demostró en espíritu aunque no en papeles. ¿Es que acaso Celac o Unasur, íconos del legado del Comandante Eterno, fueron más contundentes o eficaces?
Por último, no podríamos finalizar estas líneas sin expresar regocijo por la salida de ese “ser humano” Delcy Rodríguez del cargo de canciller que desempeñó con los parámetros más bajos de toda la existencia republicana de nuestro país. Dictaduras hemos tenido varias, pero aun durante ellas el despacho de Relaciones Exteriores estuvo conducido por ciudadanos de lustre y algunos de merecido prestigio abocados casi siempre a la defensa de objetivos las más de las veces nacionales y algunas otras –menos– de interés del gobierno de turno. Pero nunca a un canciller venezolano hubo que echarlo de una reunión (Palacio San Martín de Buenos Aires) ni llamarle la atención por el tono de su discurso (OEA) ni aceptarle desplantes de histeria en cada reunión, ni a un jefe de Estado exigirle “por qué no te callas” ni tener que calarse expresiones de la bajeza del “olor a azufre”. Lástima que quien ha sido designado para ocupar el despacho de Fermin Toro, Pedro Itriago Chacín, Caracciolo Parra Pérez, Carlos Morales, y tantos otros más, sea alguien que ha escalado a esa posición primero acompañando un proyecto político, que es su derecho, y luego comportándose como un guapo de barrio que no es su derecho ni la forma de representar a Venezuela.
Pero –apelando a la sabiduría popular– confiamos en que no hay mal que dure cien años y sabemos también que el momento más oscuro de la noche es el que precede al amanecer. Este opinador cree en los postulados de los artículos 350 y 333 de nuestra Constitución, pero más cree en que esto se cae solo dentro de poco. De todos modos –hay que estar claros– la harina de maíz precocida y las medicinas para la hipertensión u otras dolencias no van a aparecer el día siguiente.