“Hay una voluntad en una amplia parte de nuestro mundo de justificar o al menos endulzar los crímenes comunistas diciendo que el comunismo es en sí una buena idea que ha salido mal en la práctica»
Mauricio Rojas.
Los marxistas serían así ‘buenos muchachos’ que quieren una sociedad justa, una especie de paraíso en la tierra, sin clases, sin explotación… y no se puede estar contra todo eso. Y eso es lo que le ha dado una carta de legitimidad al comunismo que no tiene, por ejemplo, el nazismo.
El comunismo ha matado muchísima más gente que el nazismo y, además, fue su modelo. Pero hoy en día nadie podría decir “yo soy nazi” y todos contentos; pero alguien puede decir “yo soy comunista” y no pasa mucho. De hecho está muy bien mirado ser antifascista, pero no el ser anticomunista. Y esto ha causado un mal tremendo que permite que se siga admirando a un Marx e incluso a un Lenin.
Porque se parte de la premisa de que el comunismo es una buena idea, una idea pura, y que los comunistas son idealistas y basta. Ahora bien, lo que yo estudio a fondo en mi libro el drama de la transformación de estos idealistas en verdugos, en bárbaros, mostrando que esta transformación no es casual o accidental sino que es la consecuencia necesaria de la puesta en práctica de ciertas ideas profundamente peligrosas y, en realidad, genocidas.
La barbarie comunista no es sino la consecuencia lógica de ese idealismo fanático y desbocado que es el idealismo mesiánico totalitario creado por Marx y seguido por Lenin.”
DESVINCULAR A LENIN DE MARX ES UNA IDEA PEREGRINA
“Yo siempre digo que Lenin creó la herramienta pero no creó el fin, no creó la idea que quería realizar. Toda esta idea mesiánica del hombre nuevo, de la sociedad totalmente recreada, de la destrucción del individuo, todo ello viene de Marx. Está totalmente formulado por Marx (foto) en su idea del comunismo y no cabe ninguna duda de que sin esa inspiración mesiánica Lenin es como un muñeco sin vida, sin la savia que nutre ese árbol políticamente muy poderoso, terriblemente poderoso, que es Lenin y su partido. Esta es la importancia clave de ese pensador mesiánico y terriblemente destructivo que fue Marx, el creador de lo que no es sino una ideología genocida porque plantea la eliminación del hombre tal como es para crear un hombre nuevo. Por ello se ha sacrificado ya a millones de seres humanos y, por lo que se ve, el hombre nuevo no aparece sino solo verdugos despiadados, campos de concentración y una brutalidad inigualada. Por lo tanto, la idea de desvincular a Marx de Lenin es una idea absolutamente peregrina de personas que han comprendido mal o no han querido comprender lo peligroso y genocida del pensamiento de Marx y de todos aquellos que tratan de llevarlo a la práctica.”
“Algunos han elegido a Trotsky (foto de la izquierda) como el bueno de la revolución, porque siempre uno que muere, que es asesinado, tiene una especie de garantía de martirio, como Che Guevara. Y como Trotsky se opuso a Stalin es para algunos el bueno de la película. Pero en mi libro se cita una abundante cantidad de textos y de acciones de Trotsky donde se constata que, realmente, Trotsky era mucho más duro e inmisericorde que Stalin; incluso hay críticas explícitas de Trotsky a Stalin por ser blando. Es decir, no hay ninguna diferencia esencial entre Trotsky, Stalin o Lenin, todo lo contrario; todos ellos están imbuidos de ese afán mesiánico que los convierte en pequeños dioses, en terribles recreadores del mundo. Y Trotsky era absolutamente creyente en esa verdad, en la verdad de Lenin y Marx, que es la suya. Por lo tanto, el derecho que se autoarrogaba para usar la violencia era ilimitado. Y la ejerció sin conmiseración contra los generales blancos y la población civil insumisa, de la misma manera que contra los revolucionarios de la base naval de Kronstadt, aplastados directamente por Trotsky usando los métodos más salvajes. Hombres como Trotsky, Stalin o Lenin (o S Mao, Pol Pot o Che Guevara) creen tener licencia para matar, una licencia ideológica para matar, que es lo terrible del pensamiento totalitario.”
** Al final del período que se extiende desde el otoño de 1917 hasta comienzos de 1922 se puede constatar, según las cifras que da Robert Pipes, una caída demográfica espectacular dentro de los límites que la Unión Soviética tendría en 1926: de 147,6 millones de habitantes a sólo 134,9. Este descenso de casi trece millones de personas se puede desglosar en dos millones debido a los combates directos y el terror político, cerca de dos por la emigración, dos por las epidemias y unos cinco millones por las hambrunas.