Nicolás Maduro ha alterado el orden constitucional privando a la Asamblea Nacional de su facultad esencial de legislar, en lo que aparece como una suerte de «fujimorazo». Con el concurso de una justicia adicta, hace anular cada una de las normas que emanan del Poder Legislativo impidiéndole ejercer su función como poder del Estado.
Ante ese avasallamiento, la Asamblea Nacional pidió formalmente al secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, que invoque, sin demoras, la Carta Democrática Interamericana. Mientras tanto, la oposición ha puesto en marcha los mecanismos constitucionales previstos para realizar, antes de fin de año, un referéndum revocatorio con el fin de que sea el propio electorado el que decida en las urnas sobre la continuidad o el reemplazo del fracasado mandatario. Con total arrogancia, las actuales autoridades han azuzado a la población con que se olviden de que pueda llegar a darse esa posibilidad.
Si esa avenida se cierra ilegalmente, la violencia puede incrementarse. La población venezolana está harta de las privaciones, de la escasez de insumos básicos y vitales, del despotismo, las intimidaciones, la violencia, la falta de libertad en general y de expresión en particular, del discurso único, el cercenamiento y las violaciones a sus derechos humanos, de las arbitrarias detenciones de los líderes de la oposición y del presunto «modelo» colectivista que ha llevado a su país a la ruina.
La inseguridad aumenta día tras día, escasea la energía eléctrica, el transporte se deteriora y el respeto y la tolerancia por quienes piensan distinto han desaparecido. El narcotráfico y el crimen organizado se enseñorean. Aumentan los fantasmas de la posibilidad de un nuevo «Caracazo».
Distintos esfuerzos diplomáticos de las últimas horas no han logrado los objetivos esperados y hasta fue cancelada por la Santa Sede la tan esperada visita del canciller vaticano, Paul Richard Gallagher, que iba a producirse hacia fines del corriente mes. Maduro y su también intemperante canciller, Delcy Rodríguez, han insultado groseramente en los últimos días al secretario general de la OEA, transformándolo en blanco predilecto de sus resentimientos y enojos.
Lo descripto representa una situación deplorable, que debiera avergonzarnos a todos, en la que no hay espacio para permanecer en el silencio cómplice a que nos tuvieron acostumbrados los organismos regionales hasta que, últimamente, la Argentina y Brasil, recuperando sus extraviadas identidades, se han animado a expresar no sólo sus legítimas preocupaciones, sino a rechazar de plano ese autoritarismo, y a cuestionar con buenas razones al secretario general de Unasur, Ernesto Samper, cuyo futuro en la entidad está ahora transformado en un signo de interrogación.
En ese contexto, resulta destacable la intención de Mauricio Macri de dialogar con colegas de la región para convencer a Maduro de que acepte un entendimiento cívico entre todos los actores de Venezuela. El escenario regional parece haber comenzado a cambiar. Era hora, por respeto a nosotros mismos y al sufrido pueblo venezolano.
Editorial La Nación