Héctor Schamis
En América Latina, la idea de un declinación democrática se debate desde los noventa. Ya entonces la literatura especializada elaboró la noción de democracia delegativa, iliberal o híbrida, entre otras construcciones conceptuales que enfatizan la regularidad de los procesos electorales pero acompañados de déficits en las áreas de derechos individuales y separación de poderes.
Junto a esas democracias “disminuidas” surgieron autocracias “mejoradas”, conceptos tales como el autoritarismo electoral y el competitivo. Intelectualmente, esta clasificación demarca una “zona gris”, un espacio de subtipos con rasgos imprecisos y contradictorios. A un mínimo, ello genera el problema de la posibilidad de una infinita gama de grises, lo cual desdibuja la línea que separa la democracia de la dictadura.
Si dicha operación intelectual ha dado lugar a ambigüedades analíticas, pues la confusión política generada ha sido más grave. Ocurre que la idea de zona gris ha actuado como un salvavidas de legitimidad para varios gobiernos de la región que se llamaron a sí mismos democráticos con adjetivos: democracias populares, directas, radicales, participativas, plebiscitarias y demás términos conexos.
Por ponerlo de otro modo, la noción de zona gris es un útil camuflaje retórico para gobiernos que han usado el método democrático para llegar al poder, pero que una vez allí lo ejercen de manera autoritaria, incluyendo su intención de perpetuarse en él.
Precisamente, la democracia es un método para llegar al poder —el voto— además de un conjunto de reglas que indican cómo usarlo. Dichas reglas son el esqueleto del constitucionalismo, el principio que establece la separación de poderes y los mecanismos que lo regulan y reproducen. Su singularidad reside en la idea de que las personas tienen derechos fundamentales, y esos derechos están protegidos solo si el uso del poder público está restringido a priori, o sea, dividido y limitado por normas relativamente estables.
En esta discusión está metida Venezuela. No solo porque el chavismo habitó esa zona gris desde el comienzo. También porque del lado de la oposición parlamentaria escasea la claridad intelectual quizás tanto como la convicción política. Nótese cuando fueron suspendidos el revocatorio y las elecciones de gobernadores, “ahora sí”, clamaron los dirigentes de la MUD, “hubo golpe y se trata de una dictadura”.
Caracterizar al régimen político únicamente con referencia al proceso electoral soslaya su récord en términos de toda la normatividad constitucional. La suspensión del voto es uno más entre tantos otros derechos vulnerados.
El arresto de Leopoldo López en 2014 lo ilustra. Allí fue cuando Diosdado Cabello, entonces presidente de la Asamblea Nacional y oficial del Ejército en actividad al mismo tiempo, se constituyó en oficial de justicia al efectuar la detención él mismo. Fusionó, en ese instante, los tres poderes del Estado en uno, su propia persona. No importa cuantos votos haya obtenido el diputado Cabello, eso no es democracia.
El punto es que caracterizar al régimen que gobierna es solo el primer paso, un requisito para el segundo. Esto es más que un mero ejercicio intelectual, de hecho, ya que el segundo paso incluye el diseño de estrategias para salir de ese régimen y producir una transición democrática. Y es esa la propia región de indefiniciones, marchas y contramarchas de la MUD.
Con frecuencia, la confusión de estrategia es producto de la confusión analítica, es decir, el no entender qué tipo de régimen está en el poder. Dialogar o no dialogar, la Carta Democrática sí o no, recolectar las firmas para el revocatorio pero renunciar al revocatorio sin nada a cambio, egoísmos, claudicaciones y traiciones varias; la zona gris de la oposición.
Toda transición exitosa ha tenido prioridades claras: la negociación durante la prolongada Abertura brasileña, la Concertación chilena, la Multipartidaria argentina son tres ejemplos cercanos. Es improbable producir una transición democrática cuando se habla de la salida del régimen mientras sus dirigentes compiten entre sí por una supuesta candidatura presidencial. La afligida realidad de los demócratas venezolanos es que la Mesa de la Unidad Democrática no está unida.
Entender qué es dictadura —y qué no— es condición necesaria para producir ese cambio democrático. Pero mas allá de los sesudos debates acerca de si en América Latina hay democracia o autoritarismo, si alcanza con elecciones y tantas otras conversaciones, se puede usar una definición más simple: el autoritarismo es un régimen político bajo el cual no es posible burlarse del poder.
Los caricaturistas conocen bien el punto, ya que eso hacen cotidianamente. Y eso hizo el periodista Braulio Jatar cuando subió los videos de todas esas mujeres humildes que, cacerola en mano, corrían detrás de un Maduro atemorizado. Los videos se hicieron virales y Jatar terminó en la cárcel. De eso se trata vivir en dictadura.