Isaac Katz
Cuando la enfermedad es crónica puede afectar el estado anímico del individuo, lo cual a su vez afecta negativamente su desempeño. A veces es imposible escapar y en caso extremo puede llevar al suicidio.
No, no se trata este artículo de mis enfermedades y dolencias [se podrían escribir varios tratados de medicina al respecto (ok no)]. Se trata de la salud de México.
Es claro que para que un cuerpo funcione adecuadamente requiere estar sano, lo que implica que cada órgano que lo integra cumpla cabalmente su función. Cuando alguno de los órganos falla, sea por un diseño fallido de origen (por ejemplo heredar una enfermedad genética o congénita) o porque está infectado, las capacidades se ven disminuidas, lo que repercute en un desempeño menor al potencial. Peor aún, cuando la falla es crónica, esto puede afectar el estado anímico del individuo, lo cual a su vez afecta negativamente su desempeño. Un círculo vicioso del cual en ocasiones es difícil, sino es que imposible escapar y que en un caso extremo puede llevar al suicidio.
Lo descrito en el párrafo anterior puede aplicarse al caso de nuestro país. México está enfermo y de ahí que el desempeño observado sea menor del que se hubiese tenido de haber estado sano. Como país adolecemos de ambos tipos de enfermedad: la de tipo genético, entendida como las fallas de origen del diseño institucional y las de carácter infeccioso. Inclusive podríamos decir que la enfermedad genética creó de origen un cuerpo relativamente débil, lo cual ha facilitado que las enfermedades infecciosas hayan tenido un campo fértil para prosperar.
Quizás la enfermedad genética, la falla de origen del entramado institucional, es haber diseñado un sistema basado en la apropiación de rentas, mismo que inclusive se remonta a la época prehispánica. Este es el hilo conductor de la historia de México; el fenómeno es el mismo aunque los rentistas han ido cambiando en el tiempo. Los aztecas y los mayas crearon un sistema de extracción para mantener a la clase gobernante y al sacerdocio; durante la época virreinal fue uno en donde los rentistas eran la corona española, los peninsulares y criollos así como el alto clero; durante el primer siglo de vida independiente los rentistas fueron nuevamente los gobernantes; ya durante el siglo pasado éstos fueron, además de los gobernantes, los agentes económicos (empresarios, sindicatos, burócratas, etcétera) que se apropiaron de una parte del ingreso nacional mayor a lo que fue su aportación para la generación de ese ingreso, casi siempre amparados y favorecidos por el poder político. El único intento de modificación genética (el movimiento liberal de mediados del siglo XIX se quedó trunco).
Esta enfermedad genética, un sistema que premió la apropiación de rentas, castigó simultáneamente la generación de riqueza. Además, creó de origen un cuerpo débil que favoreció la aparición y crecimiento de una grave enfermedad que ha infectado a prácticamente todo el cuerpo, cual si fuese cáncer: la corrupción. Fenómeno de suma negativa que genera un muy alto costo al inhibir el desempeño del organismo, uno que impide aprovechar íntegramente el potencial. Vive y se alimenta de la extracción de rentas, corroyendo al cuerpo, el cual simplemente no puede crecer. El resultado está a la vista: después de 196 años de vida independiente México, a pesar de su potencial, es un país de desarrollo medio, con una alta incidencia de pobreza y una de las más inequitativas distribuciones de la riqueza en el mundo.
La falla genética y la subsecuente enfermedad infecciosa, habiendo alcanzado una situación crónica, pudiese resultar en estar inclinado al suicidio, el cual se materializaría cuando, como resultado de un estado anímico de frustración, se elija una cura mesiánica que promete sanarlo y conducirlo a un paraíso pasado que nunca existió.
Vía Asuntos Capitales.