La agudización de la crisis ha dado muchas vueltas, pero ninguna como aquella donde desapareció el ministro de Turismo, Andrés Izarra, conocido también como “Izarrita”. Suceso en ningún sentido lamentable -y muchos menos impredecible-pues fue tanta la improvisación e ignorancia de la economía del exótico personaje, que era un tiro al piso apostar a su desaparición, si no para siempre, sí en tan dramático momento de la “revolución”.
Pienso que el primer despiste de “Izarríta” fue no entender que, en un país con control de cambio, y cuatros tipos de cotización de la moneda, nadie, -a menos que sea un invitado del gobierno-, se arriesga a hacer turismo, pues no va entregar sus dólares, euros o yenes a ningún precio oficial, cuando en el mercado paralelo se los pueden a comprar con ganancias de hasta un cien por ciento.
Sobre todo si tomamos en cuenta la espiral inflacionaria que cunde a lo largo y ancho del país y el desabastecimiento que obligaría al gobierno a dejar que los turistas sean víctimas expiatorias de los especuladores.
Pero esa es una de las fachadas de la tragedia de los turistas que se arriesguen a tomar en serio la propaganda promocional de “Izarrita”, porque la otra, es la inseguridad, que el año pasado cobró 25 mil vidas humanas, y ya éste va por vía de crecer en un 20 o 30 por ciento.
Cifras, datos, porcentajes que terminaron por aplastar al ministro y hoy lo tienen cubierto de tanto, tanto polvo, que es posible que no vuelva a aparecer por lo menos durante los años que le quedan a Maduro.
Que a lo mejor era lo que estaba buscando “Izarrita” en el fondo, quien se había especializado en fracasar para que siempre lo tuvieran “enchufao” en la administración.
Pero es posible que ahora sea diferente, pues fracasar y de una manera tan colosal, no es cualquier cosa.