Si observamos que en el país pueden contarse un total de 300 mil expendios de alimentos, que se extendien a 400 mil si le agregamos la red de pequeñas, medianas y grandes farmacias, caemos en cuenta de lo inviable que resultaba proveerse de otras tantas “captahuellas” para aplicar la libreta electrónica de racionamiento a la cubana.
Pero nadie lo percibió en el gobierno (al parecer) sino a última hora, y, muy en el estilo del “madurato”, después de estar cuatro días agitando con el llamado sistema boimétrico.
Le tocó ahora hacer el ridículo, no a Rafael Ramírez, presidente de PDVSA y ministro de Minas, quién acababa de lucirse con la venta de Citgo, y el cambio único y dual, sino a un señor que lleva el pomposo título de “Superintendente Nacional de Precios Justos”, Andrés Eloy Méndez, el cual se largó con discursos y declaraciones sobre lo “justo” que resultaba el inventico.
Y que no debe ser nada inteligente, pues hasta el vendedor de chucherías de la esquina, habría preguntado ¿cuál país, y en cuánto tiempo, se iba a construir casi medio millón de captahuellas?.
También había otra pregunta clave, fundamental, pero sobre la misma ni Méndez, ni ningún otro defensor de sistema (incluido Maduro), asomó la más leve referencia.
Hablamos del costo de las captahuellas, que cómo era imposible que se construyeran en el país, había que negociarlas con un gobierno extranjero que no podía ser otro que el de China.
Y en este tramo pienso que se trancó el serrucho, ya que Xi Jinping está harto de los “fiados” del gobierno y en cuanto se le habló de otro préstamo y de pagó con petróleo, seguro que le mandó a decir a Maduro: “Ah, no, Nicolás: Si no hay leal, no hay lopa”.
Y así terminó el guiso colosal de las captahuellas, que ahora se redujo a la compra de unas pocas. @MMalaverM