Manuel Malaver
Evidentemente que no es porque resultó electo presidente de los Estados Unidos en las elecciones de noviembre, tampoco porque haya hecho algún gesto hacia el régimen de Maduro que recomendara guardar alguna esperanza de mejorar las relaciones y, mucho menos, porque no haya dicho desde que comenzó su mandato que en Venezuela hay una dictadura, se violan los derechos humanos y hay que poner fin la crisis humanitaria.
No, puede decirse que desde que comenzó la administración Trump la guerra contra Maduro y su pandilla ha sido declarada, y que, es imposible que en poco tiempo no tome la vía de una escalada que terminará quién sabe cuándo, cómo y dónde.
Pero Maduro y otros mal hablados de su desgobierno como Cabello, El Aissami y los hermanos Rodríguez, siguen calladitos, como si Trump y sus políticas no existieran y quizá en espera de algún milagro que les quite de encima el pánico que sienten por el también republicano, constructor y neoliberal.
Sí, porque solo una situación de hondo e hirviente pánico es capaz de poner a temblar, paralizar y congelar las lenguas de individuos que, no contentos con atropellar con las manos, lo hacen con las palabras.
Y, pienso yo, que alguien muy por encima de Maduro, Cabello, El Aissami y los Rodríguez, un Raúl Castro, por ejemplo, debe haberles aconsejado: “Quédense tranquilos muchachos, cierren esas jetas, y empiecen a portarse bien, porque este hombre no es Obama, ni tiene de asesor a Shannon, ni es amigo de Soros, y quién sabe si en un ataque de furia los manda a invadir, o algo más sencillo, deja de comprarles el poco petróleo que producen, y ahí sí que nos jodimos todos”.
Y Raúl, por supuesto, es el primero en predicar con el ejemplo, pues estuvo hace unas semanas en Caracas en el aniversario de la muerte de Chávez, dijo un discurso genérico contra el imperialismo, pero de Trump no dijo una sola palabra.
Pero es posible que, aparte de la consejería del zorro viejo sucesor de otro zorro viejo, de un Castro al cuadrado -si se puede decir-, Maduro y su pandilla hayan analizado sus propios casos, todos con problemas con la justicia norteamericana, bien porque fueran mencionados en causas, o porque, personalmente son objetos de causas.
Empezaría con el vicepresidente, Tareck El Aissami, acusado de ser un narcotraficante de altísima peligrosidad, seguiría con Maduro mencionado en el expediente de los narcosobrinos, y, por último, los hermanos Rodríguez, que no tardarían en aparecer en una acusación con que la administración Trump piensa querellarse con la famosa empresa de fraudes electorales, Smartmatic, donde dicen, uno los Rodríguez tiene intereses de vieja data.
En otras palabras que, diga lo que diga y haga lo que haga Trump con relación al desgobierno de Maduro y su pandilla, es mejor andarse con cuidado, pues independientemente de lo que piense Raúl y se tema en Caracas, si el amigo de Lilian Tintori en la Casa Blanca mueve contra la dictadura una sola de sus piezas, eso sí sería el comienzo del fin.
Por ahora, entonces, a callarse, a no hablar mal de Trump ni de los Estados Unidos, moderar, incluso, el lenguaje con la oposición venezolana, eso sí, tirarle de vez en cuando a gente como Kuzcinsky para no perder la costumbre, pero meterse con el amo del Imperio: eso jamás.