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El 27 de septiembre de 2007 La Paz recibió a Mahmoud Ahmadinejad y la carpeta con sueños y promesas de acuerdos por US$ 1.100 millones en cooperación agrícola, desarrollo rural y tecnológico, exploración y explotación petroquímica con que el entonces Presidente iraní llegaba a Bolivia. Ocho años después, los bolivianos todavía esperan que entre el primer dólar de los convenios, y continuarán así: con el fin de las sanciones económicas contra Irán, los países latinoamericanos que apoyaron a Teherán cuando era un paria mundial ya no son prioridad.
Al contrario, en la región los más afectados con el acuerdo nuclear alcanzado entre Irán y las potencias del Grupo 5+1 el 14 de julio, que le permitirá a la república islámica volver al comercio mundial de crudo, serán las petroeconomías como Venezuela y Ecuador, estiman los analistas.
Después de 12 años, Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (EE.UU., China, Reino Unido, Francia y Rusia) más Alemania lograron un pacto para limitar el desarrollo nuclear de Teherán a fines no militares a cambio del levantamiento gradual de las sanciones que desde 2006 pesan sobre el régimen.
Irán tiene las terceras reservas de crudo y las primeras de gas natural en el mundo, potencial acumulado que liberarán a partir de 2016, cuando el levantamiento de sanciones sea efectivo.
«El impacto esperado será sobre los precios del crudo, afectando a productores que mantienen una alta dependencia de los ingresos petroleros», señala Alfredo Coutiño, director para Latinoamérica de Moody’s. El analista asegura que, además del regreso de Irán, el fortalecimiento de EE.UU. como productor hace prever que los precios bajos, en torno a los US$ 50 el barril, «llegaron para quedarse más de manera permanente», lo que también afectaría el atractivo para nuevos competidores «que llegaron tarde a la apertura del sector energético», como México.
Carlos Caicedo, analista senior principal para América Latina en IHS, dice que los cálculos que hacen en la agencia con sede en Londres es que en los primeros seis meses la producción de crudo iraní no aumentará de «manera dramática»; en los seis meses siguientes pasarán a entre 200 mil y 300 mil barriles diarios, y ya un año después del levantamiento, la cifra llegará a 800 mil o un millón al día.
Según el Banco Mundial, si Teherán llega al millón diario, el precio del barril caerá US$ 10 respecto al precio actual, lo que dañaría directamente a Venezuela y Ecuador, y en mucho menor medida a Brasil y México, porque no son economías «superdependientes» del crudo como las dos primeras.
Caracas obtiene el 96% de sus divisas del crudo y enfrenta una crisis económica producto de las políticas implementadas los últimos 16 años y agravada por el desplome del precio del petróleo desde mediados de 2014, que pasó en promedio de US$ 100 a US$ 50 el barril. El Ministerio del Petróleo de Caracas informó el viernes pasado que el crudo venezolano cerró en US$ 41,4 por barril.
Caicedo menciona un segundo riesgo: si Irán se convierte en un gran productor y entra a pelear por participaciones de mercado, podría generar una guerra de precios con Arabia Saudita, lo que tendría «implicaciones graves», otra vez, para los países petroleros. Este escenario, por otro lado, haría que Irán se centre en los grandes mercados y reactive sus alianzas con países europeos, como Francia e Italia, sus grandes socios energéticos antes del embargo, y que la importancia que alguna vez representó América Latina sea olvidada.
Cambio de contexto
«Hay un cambio fundamental en el contexto -dice Caicedo a ‘El Mercurio’-. América Latina tenía un valor extra cuando Irán estaba aislado, especialmente con la Venezuela de Hugo Chávez, donde podía encontrar caminos para evitar el embargo».
Cynthia Arnson, directora del Programa de América Latina del Wilson Center, agrega que el interés en Latinoamérica fue idea de Ahmadinejad (2005-2013), impulsor de la retórica antioccidental que cayó muy bien en Caracas. «Hugo Chávez nunca dejó pasar una oportunidad para desafiar a EE.UU., y abrió la puerta no solo a la relación entre Irán y Venezuela, sino también entre Teherán y los demás miembros del ALBA», señala Arnson a este diario.
Por eso los viajes de Ahmadinejad a Bolivia, Ecuador, Nicaragua o Cuba, donde firmó acuerdos millonarios que nunca concretó, porque no tenía por qué hacerlo. «Los iraníes firmaban memorandos de entendimiento, que son una especie de ‘buenas intenciones’, sin implicaciones prácticas e inmediatas», señala Caicedo. La idea era crear puentes para cuando «el aislamiento se volviera serio». Un peligro que ya no existe.
Los vientos de cambio soplaron cuando el moderado Hasan Rohani llegó al poder en Irán en agosto de 2013. Nueve meses después, en mayo de 2014, Teherán cerró la oficina que la estatal National Iranian Oil Company (NIOC) tenía en Caracas. Caicedo cree que el gobierno iraní «empezó a captar que era probable que le levantaran el embargo», y el apoyo a esta izquierda en la región «tal vez le estaba costando dinero», y decidieron abandonar esa estrategia.