Alemania lleva años acostumbrada a ser un gigante económico encerrado en el cuerpo de un enano político. Pero algo se está moviendo en su política exterior. Ya no se trata solo de que sus líderes señalen en solemnes discursos la necesidad de involucrarse más en los retos a los que se enfrenta la comunidad internacional, algo que el presidente federal, Joaquim Gauck, ha hecho en numerosas ocasiones. La decisión del Gobierno de Angela Merkel, refrendada este lunes por el Parlamento, de armar a los kurdos iraquíes para luchar contra los yihadistas del Estado Islámico (EI) supone un paso real en esa voluntad manifestada sobre el papel.
“Tenemos que elegir. O no tomamos ningún riesgo, no entregamos armas y aceptamos que el terror se propague. O apoyamos a aquellos que de forma desesperada, pero también valiente, luchan con pocos recursos contra la barbarie del terror del EI”, dijo la canciller Merkel en la tribuna del Bundestag, en una reunión extraordinaria.
Es cierto que el Gobierno no estaba obligado a convocar esta sesión, pero también que la aplastante mayoría con la que cuenta la gran coalición de democristianos y socialdemócratas no dejaba apenas margen para que Merkel y los suyos se llevaran una sorpresa desagradable.
La decisión de ayudar a los kurdos del norte de Irak con misiles antitanques, lanzagranadas, fusiles de asalto, pistolas y granadas de mano con las que armar a 4.000 peshmergas fue adoptada en la tarde del domingo en una reunión presidida por Merkel y a la que asistieron la ministra de Defensa, la democristiana Ursula von der Leyen, y el responsable de Exteriores, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier.
Él mismo ha señalado los riesgos que acarrean la operación, como que las armas acaben en manos erróneas o que los kurdos las utilicen para formar un Estado propio y no para defenderse de los ataques de los yihadistas suníes. Pero Steinmeier añade que el avance del EI supone no solo “una tragedia humana de dimensiones insospechadas, sino también una amenaza para la existencia de Irak”.