Manuel Malaver
Tenía que ser la meta donde concluyera una confrontación entre una oposición democrática y una dictadura totalitaria pero que, sin duda se solapó porque la dictadura se desplazó durante 18 años por un modelo híbrido que administraba dosis de democracia y dosis de dictadura, según la circunstancia y cada polo pudo confiar que derrotaría al otro con poco o ningún derramamiento de sangre.
Son ilusiones que han ido agonizando desde que el choque se agudizó a raíz de la manifestación monstruo el 19 de abril pasado y su represión brutal por los guardias, policías y paramilitares maduristas y que ayer, 24 de abril, al producirse otro choque entre oposición y gobierno con un saldo de dos muertos, 11 heridos y decenas de detenidos, dejan pocas esperanzas de que el conflicto pueda resolverse por otra vía que no sea la imposición violenta o semiviolenta de una, a otra de las partes.
No fue, sin embargo, el resultado que previó la oposición democrática que aspiró siempre a que, una sostenida presión de calle, más un apoyo activo de la comunidad internacional, gestara el milagro de que, al menos, el régimen aceptara celebrar las elecciones de gobernadores para el segundo semestre del año.
Pero no era un lujo que se pudiera dar Maduro, el cual, después de la derrota catastrófica de la dictadura en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre del 2015, decidió olvidarse de cualquier mandamiento constitucional y electoral, pues ya el tiempo de la legitimación en las urnas de los poderes se había agotado y lo que quedaba era ganar todo el tiempo posible para llegar a las elecciones presidenciales del 2018 que se proponía ganar con el método nicaragüense.
No quedaba, entonces, para Maduro sino una sola carta y era aceptar el reto opositor de la confrontación en la calle, pero reprimiendo hasta donde fuera necesario, y jugando a que una división en las filas de sus adversarios por discrepancias en la aceptación o no de la oferta electoral oficialista, produjera un resultado parecido al de la rebelión estudiantil de los primeros meses del 2014, cuando después de manifestaciones gigantescas sucedidas entre febrero y junio -y reprimidas implacablemente por la GNB, la PN y los paramilitares-, vino el agotamiento de los manifestantes y después la derrota del movimiento que se llamó “La Salida”.
La audacia madurista, sin embargo, está deviniendo en un lamentable error de cálculo que lo más seguro es que le cueste el poder a su gestor, pues la Venezuela del 2017 no es la del 2014, los partidos, tanto de la oposición como del oficialismo, no son los mismos, y el gobierno y el pueblo tampoco.
Para empezar, Maduro cumplía apenas un año en Miraflores en el 2014 y los estragos del fracaso del modelo socialista no habían llegado a la crisis humanitaria que hoy tiene al país al borde de la hambruna; después, las manifestaciones estudiantiles fueron convocadas y lideradas por tres partidos de importancia media en el universo opositor, como “Voluntad Popular”, de Leopoldo López, “Vente Venezuela” de María Corina Machado, y “Alianza un Bravo Pueblo” de Antonio Ledezma, lo que generó que fueran adversadas por los grandes partidos de la MUD, como Primero Justicia, Acción Democrática y Un Nuevo tiempo; y por último, no había sucedido el tsunami de las elecciones parlamentarias del 6D del 2015, que barrieron al gobierno del Poder Legislativo, y le dieron la mayoría absoluta a la oposición en la Asamblea Nacional, constituyéndola, en el primer o segundo poder del país.
Quiere decir que, llegados al choque de la segunda semana de abril de este año, de lo menos que había que acordarse era del 2014, y menos pensar que un nuevo aluvión democrático y opositor se podía despachar en pocos días sacando la GNB, la PN y los paramilitares a lanzar bombas lacrimógenas y disparar contra manifestantes indefensos y desarmados.
Sobre todo en circunstancias que el castrochavismo había perdido sus bastiones en los barrios del oeste, el este y sureste de Caracas, que, habían pasado, después del 6D, apoyar cualquier política que significara despertar de la pesadilla dictatorial y totalitaria.
De modo que, con lo que se ha encontrado la dictadura en la calle en estos días de abril, ha sido con masas de enorme volumen que no temen sino que enfrentan y combaten a la represión y constituidas por hombres y mujeres de todos los colores venezolanos que, como todos sabemos, son predominantes mestizos y donde se juntan urbanizaciones y barrios, los valles y los cerros.
Gente, literalmente al límite, o mejor, entre la espada y la pared, porque, o los mata o hiere el hambre o la falta de medicinas de a poquito, o las bombas lacrimógenas y la metralla algo más rápido.
Quiere decir que, lo mismo que la oposición comenzó a ganar la guerra electoral el 6D del 2015, ahora está ganando la batalla de la calle que, no se me ocurre llamar civil o militar, sino cívico-militar.
¿Por qué? Porque cuenta, no solo con el apoyo que siempre encontró en la sociedad civil de la clase media, sino que ahora se le suma la sociedad civil de las clases populares que, como sabemos, es experta en enfrentamientos de todo tipo.
Y si a esta fuerza, se une una presencia de calle que no ceje por semanas o meses si son necesarios, y no se amedrente por los niveles de atrocidad que puede asumir la represión, es evidente que las que terminarán desgastadas más temprano que tarde son las huestes de Maduro, Cabello y Padrino López.
Para ello solo se necesitan tres palabras que ensamblan una sola e indoblegable decisión: insistir, resistir y persistir.
De modo que, oído tapados a ofertas engañosas como las falsas negociaciones y los falsos diálogos que, jamás serán ofrecidas de buena fe, sino para dividir a la oposición, distraerla y al final enfriar la calle.
¿Quiere decir que por se nos vamos a negar a todo diálogo, a toda negociación? Creo que no, pero estableciendo como condición que el gobierno cumpla, antes de dialogar, la constitución que le impone: 1) Celebrar ya, con fecha y cronograma, las elecciones para gobernadores y alcaldes. 2) Liberar a los presos políticos, y 3) Solucionar desde mañana mismo la crisis humanitaria abriendo los puertos y fronteras para que entren la comida y las medicinas sin las que se muere tanta gente.
Ah, pero sin abandonar la calle, continuando en manifestaciones, protestas y plantones, para que el gobierno entienda que nuestra decisión es concluir de acuerdo con el cronograma electoral que termina en diciembre con las elecciones presidenciales donde se elegirá un presidente opositor.