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No hay duda: la economía internacional pasa por un mal momento. La caída en los precios del petróleo, la desaceleración de la economía china –la segunda más grande del mundo– y el alza precipitada del dólar nublan las perspectivas de crecimiento de varios países. Y es que, a pesar de los esfuerzos de distintos gobiernos por contener los efectos negativos de estos desequilibrios, todos los indicadores apuntan a que continuará el declive económico.
El día de mañana iniciarán las reuniones anuales de las juntas de Gobernadores del Banco Mundial (BM) y el Fondo MonetarioInternacional (FMI) en Lima, Perú, que congregan cada otoño a autoridades de bancos centrales, ministros de Finanzas, ejecutivos del sector privado, representantes de la sociedad civil y académicos para analizar las perspectivas de la economía mundial y otros temas de la agenda global como la erradicación de la pobreza, la estabilidad financiera, la situación del empleo y el crecimiento económico.
Cabe destacar que el FMI pasa por una crisis importante de legitimidad.
En 2009, el G-20 acordó reformar su sistema de cuotas y gobierno para darles mayor capacidad de decisión a los países emergentes, en particular China, cuyo peso en la economía internacional es cada vez más importante. Lamentablemente, la reforma no ha entrado en vigor porque falta que la ratifique el Congreso estadounidense, donde encuentra la oposición de los republicanos. Esto ha dañado la capacidad operativa del Fondo y ha minado la credibilidad dela administración del presidente Obama para cumplir sus compromisos internacionales. Por su parte, el Banco Mundial tiene la presión enorme de aumentar sus recursos, sobre todo desde que la ONU ha adoptado nuevas metas de desarrollo sostenible para 2030. De hecho, los préstamos principales a los países en desarrollo han disminuido considerablemente en los últimos años.
El desafío
En general, tanto para el FMI como para el BM, la crisis internacional supone un desafío crucial: son muchas las necesidades de asistencia financiera, pero son escasos los recursos. Además, ambas instituciones aplican criterios de condicionalidad necesarios para evitar un mayor deterioro del medio ambiente o para proteger los derechos humanos. Por ejemplo, el segundo ha desarrollado “políticas desalvaguardia” ambientales, sociales y de seguridad –una serie de medidas con las que los gobiernos beneficiados por el Banco deben comprometerse.
Las políticas de salvaguardia incluyen desde la no discriminación a grupos vulnerables y la garantía de los derechos humanos, el cambio climático y la biodiversidad, hasta el bienestar animal –tema incluido en la última propuesta de lineamientos, aunque de manera críptica. Este último tema constituye una preocupación creciente entre ONG, pues el mal uso y abuso de distintas tecnologías para aumentar la productividad agropecuaria daña tanto a consumidores como a los animales, por los sistemas de crianza intensiva.
Ante la falta de avance en la reforma del Fondo y el Banco Mundial, así como el aumento de sus políticas de condicionalidad, China fundó el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII). Más que el monto disponible para el financiamiento –que actualmente asciende a 50 mil millones de dólares– organizaciones como el BAII tienen un peso simbólico, al buscar consolidarse como una alternativa viable a las instituciones de crédito tradicionales. En vez de exigir que se cumplan buenas prácticas, China promueve créditos sin condiciones aparentes, al margen de las instituciones tradicionales “dominadas por Occidente”.
Estos condicionamientos –que se interpretan como “imposiciones” de los países desarrollados sobre los que están en desarrollo–, son en realidad mecanismos necesarios para favorecer que el desarrollo integral acompañe los financiamientos. Los préstamos “sin condiciones” que promete China pueden resultar atractivos a primera vista, pero difícilmente contribuirán a mejorar el bienestar social y el medio ambiente, requisitos fundamentales para el desarrollo sustentable.
En un escenario económico internacional desfavorable, donde compiten varios modelos de financiamiento, el encuentro en Lima es fundamental.
Sin embargo, difícilmente supondrá avances para transformar las instituciones de Bretton Woods al ritmo que sería indispensable, a setenta años de su fundación.