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El 18-F fue especialmente cruel con la pareja de populistas que, atrincherada en la impunidad, la corrupción, la incompetencia y el cinismo ha, literalmente, desecho el primer decenio del siglo XXI de Venezuela y Argentina. Dos países donde el populismo de vieja data se ha fundido con el nuevo y, de conjunto, han repotenciado lo que no es otra cosa que una ideología del odio, el resentimiento, la patología y la amargura. Cristina y Maduro: dos náufragos sin tabla de salvación.
El 18-F fue especialmente cruel con la pareja de populistas que, atrincherada en la impunidad, la corrupción, la incompetencia y el cinismo ha, literalmente, desecho el primer decenio del siglo XXI de Venezuela y Argentina.
Dos países donde el populismo de vieja data se ha fundido con el nuevo y, de conjunto, han repotenciado lo que no es otra cosa que una ideología del odio, el resentimiento, la patología y la amargura.
Puede verse y oírse en este Nicolás Maduro, sin otro mérito para destruir a Venezuela, que el haber sido portamaletín de Hugo Chávez; y su socia, Cristina Fernández, quien derivó todos sus títulos a la sucesión por compartir vida marital con el presidente anterior, Néstor Kirchner.
Dos personajes, en consecuencia, de utilería, o de circunstancias no necesariamente políticas, pues ya se sabe la afición de los dictadores, monarcas y caudillos por sus ayudas de cámaras, guardaespaldas, peluqueros y bufones.
El Maduro de ayer, sacudido por la protesta nacional por la detención arbitraria, que ya dura un año, del dirigente opositor, Leopoldo López; y la señora Kirchner, estupefacta al verse acosada por los cientos de miles de manifestantes que pedían se aclarase y fuesen castigados los asesinos del Fiscal, Alberto Nisman.
Náufragos, en definitiva, arrojados a la misma playa, acosados por el mismo oleaje, acusados por los mismos delitos y condenados a que, los pueblos venezolano y argentino los juzguen por la imbecilidad de hacerle perder los primeros años del siglo XXI tras un fracaso en el que se pensaba no volvería a incurrir ningún otro país en la historia.
Una hórrida molienda de esperanzas, sueños e ilusiones que, afortunadamente, está llegando su fin… y para no regresar.
Por Manuel Malaver / @MMalaverM