Después de la contundente demostración del 1Sep de que, Venezuela no se detendrá en la lucha para que la libertad y la democracia vuelvan a brillar en el país, no hay razones para que las aves agoreras del pesimismo insistan en sus graznidos de que “la dictadura no saldrá sin plomo” y de que “jamás se ha visto que un grupo de delincuentes violentos y fuera de ley entreguen el poder por manifestaciones más, manifestaciones menos”.
Sin embargo, la historia nacional e internacional está llena de ejemplos de que, las dictaduras no solo caen, sino que se derrumban de manera pacífica, y sin que los países pasen por el amargo transe de sufrir una guerra civil que, siempre deja secuelas difíciles de reparar y olvidar.
Para demostrarlo, no me canso de llamar la atención sobre el colapso del comunismo, el último imperio en desafiar desde una inmensa capacidad de fuerza a los países libres y democráticos -la otra gran potencia de aquella felizmente desaparecida “Guerra Fría”-, y sin embargo, desintegrado en pocos meses y sin disparar un tiro y porque así lo querían los pueblos que pisoteaba y oprimía Pérez Jiménez, Somoza, Trujillo, Pinochet, y el primer Ortega, también son casos que revelan que los dictadores, sean del signo que sean, pueden ser arrollados por sus pueblos, y sustituidos por gobiernos democráticos que, correctamente conducidos, no tienen porque temer su regreso.
Venezuela ha cruzado durante los últimos 17 por una dictadura vestida de democracia, que une la tiranía, la violencia, demagogia y corrupción sin medida ni control, pero con un pueblo que jamás se ha rendido y hoy puede decirse que estamos viviendo el principio del fin, de este nefasto régimen.
Claro, para eso es necesario: UNIDAD, UNIDAD y más UNIDAD, FUERZA, FE y VOLUNTAD COLECTIVA DE QUE PODEMOS AFECTAR EL CAMBIO.