Julio Noguera, maestro panadero, llevaba una vida sin sobresaltos hasta que la panadería donde trabajaba cerró por falta de harina de trigo. Hoy pasa las noches buscando alimentos en la basura.
«Vengo a buscar alimentos porque si no me muero de hambre –dijo Noguera tras rescatar del suelo una decena de papas que estaban en medio de un lote repleto de barro y con fuerte olor a humedad-. Con las cosas como están, nadie ayuda a nadie.» La comida que rescata, dice, la consume o la vende en la calle para llevar algo de dinero a su humilde vivienda en la popular barriada capitalina de Antímano, donde vive junto con su hermana.
Noguera no está solo. Cada noche, gente desempleada converge en una vereda de Caracas donde los locales de la zona tiran frutas y verduras podridas. Con frecuencia se le unen dueños de pequeños locales, estudiantes y jubilados. Toda gente que se considera de clase media, pese a que su nivel de vida fue pulverizado por una inflación de tres dígitos, la escasez de alimentos y una moneda derrumbada.
Jhosriana Capote, por ejemplo, acaba de terminar una pasantía en una subsidiaria de Coca-Cola, pero así y todo necesita ir al basurero para completar su alacena. «Antes podía encontrar comida, pero ya no», señaló.
Una encuesta nacional sobre condiciones de vida de los venezolanos que realizaron tres de las principales universidades del país en 2015 reveló que el 76% de la gente está bajo la línea de pobreza (era el 52% en 2014) y que un 12% de la población come dos o menos veces por día.
Las filas cada vez más largas de personas que se aglomeran desde la madrugada a las puertas de los supermercados y los crecientes casos de saqueos e intentos de saqueo de comercios han pasado a ser moneda corriente. Según la organización Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, en mayo pasado ocurrieron 52 saqueos y 36 intentos de saqueo, en comparación con los 10 saqueos y 13 intentos de enero. Esas cifras han ido aumentando cada mes.
El fenómeno de la recolección de alimentos en los basureros no es algo nuevo en Venezuela y no está debidamente cuantificado, pero analistas coinciden en que en los últimos tiempos está creciendo.
«Parece bastante claro que hay proporciones muy importantes de la población que están empezando a intentar sobrevivir de la basura» en medio de la crisis, dice el sociólogo Carlos Aponte, profesor-investigador del Centro de Estudios del Desarrollo de la estatal Universidad Central de Venezuela, que estima que las condiciones de vida de los venezolanos se han agravado aún más este año en comparación con 2015 y 2014.
Cada tarde, poco antes del anochecer, una inusual actividad atrapa la atención de centenares de presurosos peatones en la popular barriada de La Candelaria, en el centro de la capital. Un pequeño grupo de jóvenes, ancianos y mujeres con chicos pequeños, con humildes vestimentas y de delgada contextura, se aglomera en los alrededores de un improvisado depósito de basura instalado en medio de una acera al aire libre y comienzan a escarbar entre los desperdicios.
En el antiguo y anárquico mercado mayorista de Coche, al oeste de Caracas, los espacios dedicados al depósito de frutas y verduras descompuestas también se han convertido en centro de recolección para enfermeras, estudiantes, pequeños comerciantes, desempleados y hasta grupos familiares de origen humilde que viajan desde localidades vecinas como Charallave y Santa Teresa del Tuy, que están unos 30 kilómetros al oeste de la capital, para rescatar alimentos de la basura.
En uno de los basurales, Mónica Espinosa, madre soltera de 38 años, desempleada y que reúne algún dinero preparando salsas que vende a comercios, escarba entre los desperdicios junto con sus dos hijas, de 12 y 13 años.
«Con la inflación que está pasando ahorita, la situación se pone bastante difícil hasta para la gente que trabaja», comentó la delgada mujer de tez morena, que explicó que antes de consumir los alimentos rescatados los limpia con agua caliente.
DIARIO LA NACIÓN.