El centralismo, el monarquismo, el absolutismo no están de moda en ningún lugar del planeta, y aun en naciones donde se han ejercido de manera benévola, equilibrada, plural y respetando las particularidades, los que se piensan “diferentes” quieren “más” o “total” autonomía. Los casos de actualidad conmocional son los de Escocia en el Reino Unido y Cataluña en España, integrados por siglos -y no siempre por las buenas- a supranaciones donde fueron “una” de muchas partes.
Y casi siempre con el pretexto de que, separadas, enfrentaban peligros de conquista y, unidas, estaban en mejor capacidad de rechazarla.
Hoy, cuando se viven las primeras décadas del siglo XXI, y se piensa que las guerras mundiales del XX no volverán, pues, contrario a lo que podría esperarse, algunos integrados dicen que llegó la hora de ser ellos mismos y han comenzado a pujar por separarse.
El pretexto es que, ya no es la conquista exterior sino la interior la que amenaza, emblematizada ahora por malos gobiernos centralistas que, llámense “monarquías constitucionales” o de otro tipo, son presentados como opresores.
Es lo que dicen los escoceses y los catalanes en Europa y que, de triunfar en sus postulados, provocarían tal cataclismo que no tardaría en desaparecer la Unión Europea.
Pero la guerra que estuvo a punto de estallar entre Ucrania y Rusia también encontró como causa la separación de la “madre patria” de grupos de separatistas en Crimea y, aun en el Medio Oriente, los apocalípticos yihadistas esgrimen pretensiones separatistas.
La gran pregunta es: ¿cuánto se tardará la ola en llegar a los, no del todo unidos, países centralistas, estatistas, absolutistas, autoritarios y caudillistas de América Latina?
No lo sabemos, pero de que llegó la hora para que se separen aquellos que se sientan “diferentes” en países que no son unionistas sino unificadores …¡llegó!