ClapAunque pasaron de ser entregados en una bolsa a venir dentro de una caja de cartón, los 12 productos que distribuyen los Comités de Locales de Abastecimiento y Producción no equivalen en espacio ni siquiera a la mitad del tradicional carrito de mercado. La idea de personas recorriendo pasillos para decidir qué producto y en qué cantidad comprar ya estaba descartada con el creciente desabastecimiento pero quedó totalmente abolida con la implementación de los CLAP.
En Hogares de la Esperanza, un centro dedicado a la atención de los hijos de mujeres presas, ubicado en San Antonio de Los Altos, en Miranda, han tenido que reinventarse para mantener las tres comidas diarias y que sigan siendo balanceadas. “Empezamos a hacer arepas de zanahoria y remolacha. Ya teníamos dos semanas en ese plan y un día la hicimos de yuca con crema de arroz. Uno de los niños me dijo ‘tía, gracias por la comida, pero yo quiero una arepa de verdad”, cuenta la hermana María José González, directora administrativa del hogar. La escasez ha cambiado la dieta.
“No es que no busquemos alternativas, estamos haciéndolo y con asesoría nutricional, pero la crisis nos está cambiando el tipo de comida que consumimos. Hace tiempo que en el hogar no podemos hacer pabellón, por ejemplo. Cuando hay arroz, no hay carne, cuando hay carne no hay caraotas. Es inaceptable que la gente no pueda comer su comida, porque mientras estemos pensando en conseguir los alimentos no vamos a pensar en nada más”, dice González.
Los patrones alimentarios definen a las poblaciones. Son una representación de su cultura, nacionalidad, selección natural e incluso evolución. Aquí se altera el patrón alimentario de una forma muy dramática no porque el venezolano lo decida sino porque no tiene acceso a alimentos que le son totalmente afines”, explica María Soledad Tapia, profesora del Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos de la Universidad Central de Venezuela.
La última Encuesta de Condiciones de Vida, realizada en 6.413 hogares de todo el país por la UCV, la Universidad Simón Bolívar y la Universidad Católica Andrés Bello, refleja que las preferencias de compra han cambiado en la población. Desde 2016 las hortalizas y los tubérculos se encuentran en los primeros lugares de la lista de productos que las personas adquieren, por encima de la carne o el pollo que quedan relegados a la sexta y séptima opción. Las primeras siguen siendo harina de maíz, arroz y harina de trigo. Según ese sondeo, 48,7% de la población cree que su dieta es monótona o deficiente.
El Estado se lleva eso por delante al no garantizar la producción de alimentos y con la implementación de los CLAP. Cómo obligas a alguien a pagar por un frasco de mayonesa si quizás una familia prefiere comprar un paquete de harina que necesita más y le rinde más”, critica Susana Raffali, nutricionista experta en seguridad alimentaria en situaciones de emergencia y desastres.
El gobierno nacional asegura que se está beneficiando a 25% de los venezolanos con la distribución de productos. Sin embargo, lo que trae la caja dura entre 5 y 10 días. “Es un fracaso masivo desde el punto de vista de las garantías de seguridad alimentaria”, señala Raffali.
El contenido de la caja no es balanceado, no incluye productos frescos como frutas y hortalizas, por ejemplo, no es uniforme pues no todas contienen lo mismo, y no es regular en la entrega. Pero además de eso, como la producción nacional no es suficiente, el gobierno ha optado por importar alimentos de países como Colombia, Brasil, Panamá y México para distribuir a través del CLAP. Esos productos no siempre cumplen con las normas venezolanas y la mayoría no cuenta con registro sanitario nacional señalado en el empaque.
El 20 de agosto de 1992 se publicó en Gaceta Oficial el decreto presidencial N° 2.492 para el enriquecimiento de la harina de maíz precocida, luego de que estudios nacionales indicaran que había déficit de vitamina A, hierro y vitaminas del complejo B en la población. Los expertos determinaron en ese momento que la harina era el vehículo idóneo para aportar esos nutrientes por su fácil acceso, amasado, preparación, cocción rápida, amplio consumo y precio asequible entre los venezolanos. “Esa acción ayudó a reducir los niveles de anemia en el país. Pero los reportes del programa de vigilancia de fortificación de harina que llevaba el Instituto Nacional de Nutrición dejaron de publicarse”, indica Raffali.
El diputado Carlos Paparoni, vicepresidente de la Comisión de Contraloría de la Asamblea Nacional, denuncia que las harinas importadas para los CLAP no cuentan con enriquecimiento “La harina mexicana es para hacer tortillas y no para arepas, por lo que no tiene fortificación. Además, se gasta más harina en la preparación. Un kilo de harina venezolana alcanza para hacer 20 arepas, mientras que 1 kilo de harina mexicana rinde para 15 a 17 arepas. La leche en polvo tampoco viene enriquecida con proteínas y minerales como la nuestra y muchas veces ni siquiera es leche sino producto a base de lactosa.dcc
Yiliana Fernández vía El Informador