Manuel Malaver
No debe pasar un segundo sin que el recuerdo de nuestros presos políticos nos motive a arreciar en la lucha que en este momento se lleva a cabo a lo largo y ancho del territorio nacional.
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Y es que, ese recuerdo nos dice que antes de nosotros, o convergentemente con nosotros, hubo otros demócratas que fueron apartados de la batalla por la represión feroz de una dictadura que, en los 18 años de su perverso sojuzgamiento, ha abarrotado las cárceles, los hospitales y los cementerios de toda Venezuela.
En las cárceles tiene hasta el día de hoy unos 439 presos -según las últimas cifras del Foro Penal-, que, como a todos los presos de todas las dictaduras, se les somete a vejaciones, atropellos, violaciones de sus derechos humanos y del debido proceso, y se les convierte en reos sin serlo, porque jamás se les reconoce su inocencia, se les permite presentar pruebas a su favor, ni se les nombran jueces imparciales que son quienes podrían determinar si son culpables o inocentes.
En otras palabras que, devienen en rehenes de un estado terrorista, que usa sus condiciones de vulnerabilidad para castigar a sus esposas, hijos, familiares y a todos los venezolanos demócratas que sentimos su desgracia como si fuera nuestra.
Podría citar muchos nombres de estos valientes que entraron a esas ergástulas puede decirse que condenados a perpetuidad, pues, casi nunca se les libera, ya que la dictadura inventó la extraña figura de “casa por cárcel” para sus condenados, y que, quiere decir, simplemente, que el preso sigue preso, hasta en su casa.
Los casos del Alcalde Metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, de los comisarios Simonovis, Vivas y Forero, de la Jueza, María Lourdes Afiuni, y desde hace unos días, del presidente de “Voluntad Popular”, Leopoldo López, patentizan cómo perder la libertad en Venezuela, es perderla para siempre.
Y es que presos hubo y hay, como el general Raúl Baduel y el Alcalde de San Cristóbal, Daniel Ceballos, a quienes se les concedió el beneficio de “casa por cárcel”, pero para revocárselo al poco tiempo, y regresarlos a las cárceles , a los mismo calabozos, donde siguen purgando condenas por delitos que no cometieron o de otros que se les inventaron.
En cualquier caso, terribles atrocidades que no pueden desmotivar sino incentivar la lucha por sus libertades, pues resulta claro que, solo libertando a Venezuela podrán abrirse las puertas de las más hórridas y siniestras cárceles que ha conocido el país.
Por tanto, a Jon Goicoechea, a los generales Vivas y Baduel, Daniel Ceballos, Lisbeth Añez, Lorenz Saleh, Raúl Baduel, hijo y los cientos que permanecen en las cárceles de toda Venezuela privados de libertad y sometidos a todo tipo de tortura y vejámenes, les prometemos que no desmayaremos, que su causa es primera en nuestras corazones y que pronto se lo diremos en la calle y con un gran abrazo.