La casa no es la misma, los almuerzos son más solitarios, el cuarto está vacío, así viven los familiares de quienes decidieron emprender su camino en otro país. Mucho se habla de los que se van, pero muy poco se cuenta de quienes se quedan, esos que cambian su vida y rutina al tener que dejar ir a un miembro de la familia.
Es una etapa difícil pues quienes se quedan deben seguir su vida y asumir que ese hijo, hermano, nieto o esposo, ya no está.
Para Osleida González, resultó una sorpresa que su hijo menor, de 21 años, Andrés Segovia, decidiera emigrar, pero cuenta que desde el primer momento lo apoyó, e incluso vendió su carro Ford Fiesta que la acompañó por 19 años, para ayudarlo económicamente.
El 5 de marzo de este año, sintió que se fue un pedazo de ella cuando embarcó a su hijo en un bus, en el que emprendería su camino a Chile. “Lo extraño mucho, era rebelde, pero es un muchacho echado pa’ lante e inteligente. Lloro todos los días, cada vez que entro a su cuarto, cuando pienso qué estará comiendo, es un vacío que solo una madre sabe.
Detalla que Andrés solo se llevó dos maletas con parte de su ropa. “Dos pares de zapatos, parte de la ropa y su celular, fue lo único que se llevó, todo lo demás lo dejó aquí”.
Su hijo se comunica con ella todos los días, eso le da tranquilidad. “Allá en Chile un amigo le dio la clave del Wi-Fi. Me envía mensajes por Whatsapp en las mañanas y tardes, y también hemos hecho video llamadas”
Su hermano Hender Segovia expresa que claramente se siente su ausencia, pues ahora son solo dos en la casa, su mamá y él. “Como es el menor no aportaba mucho económicamente, pero ayudaba yendo a la tienda y comprando las cosas que se necesitaban en la casa mientras yo trabajaba, ya ahora tenemos que hacerlo mi mamá y yo. Antes éramos más los que nos repartíamos las tareas de la casa”.
Como su mamá, Hender confiesa que también lo extraña. “Antes quizás discutíamos, como es normal entre hermanos, pero ahora lo extraño, claro no tanto como mi mamá, a ella tengo que calmarla todo el tiempo para que no entre en pánico, pero el vacío está. Siempre pienso cómo le estará yendo y pido a Dios por él”.
Son muchos los venezolanos que han decidido emigrar a Chile, para el 2016 la cifra de venezolanos en ese país contabilizada por las autoridades se ubicaba alrededor de los 19 mil.
Cuando se va el único hijo
La ida de un hijo duele, pero cuando es el único es más difícil, como el caso de Ana Altuve, quien despidió a su hijo Diego Beltrán, de 26 años, el 28 de agosto de 2016, cuando partió a Perú a buscar suerte.
“Se fue buscando una estabilidad económica, pues aquí trabajaba pero no le alcanzaba para costearse los estudios. Dejó la carrera de ingeniería a la mitad. Cuando me dijo que se iba me dio mucho miedo y tristeza, porque nunca se había alejado de mi, pero tuve que apoyarlo, ¿qué más iba a hacer? Para mí él lo es todo, se me fue la mitad de mi vida”, detalla Ana.
Ana cuenta que su rutina diaria cambió por completo, pues se levantaba muy temprano para hacerle el desayuno y almuerzo a su hijo, y ya no es así. “No me puedo acostumbrar a que no esté, todos los días lo echo de menos, siento como si me faltara un pedazo de mi cuerpo, pero tengo que seguir con mi vida. Afortunadamente los fines de semana, cuando está libre de su trabajo hablamos y sé que está bien”.
Desde que llegó a Perú, Diego, quien se fue con dos maletas donde solo llevaba ropa, ha tenido dos trabajos, uno como ayudante de cocina en un restaurante y otro en una procesadora de fertilizantes, que le permite enviar dinero a su mamá.
Josefina Márquez de Altuve, de 75 años, es la abuela de Diego, pero se considera como una madre para él y confiesa que no quería que se fuera. “Vivía con nosotros desde chiquito, era un hijo para mí. Yo no quería que se fuera tan lejos, nunca nos habíamos despegado de él, pero tomó la decisión y tenía que apoyarlo. Yo aún lo lloro”.
Esta realidad se presenta en venezolanos de todas las clases sociales. Datos del investigador Iván de la Vega, director del Laboratorio Internacional de Migraciones, indican que en 2017 hay 2 millones 500 mil personas que han emigrado del territorio nacional, lo que representa un 8,3% del total de la población.
Ausencia del padre de familia
Que un miembro de la familia se vaya del país es difícil, pero cuando esa persona es el padre de familia, resulta un reto para quienes se quedan y este desafío lo asumió Carolina Barrios, de 36 años, cuando su esposo Dionisio Urdaneta, de 37 años, se fue a Puerto Rico el 8 de febrero de este año, dejándola con sus dos hijos.
“Debo cumplir con mis responsabilidades, más las de él en la casa. Llevar a los niños al colegio, si se enferman ir al médico, si se daña el carro buscar los repuestos, la comida, las tareas, son muchas cosas, pero he logrado sobrevivir gracias a mi familia que me apoya”, cuenta Carolina.
Además, detalla que la situación que ha vivido económicamente también ha sido muy difícil. “Yo trabajo en una peluquería y las ventas han bajado mucho. Mi esposo no envía dinero porque aún no ha logrado estabilizarse económicamente y está solo, pero afortunadamente mis papás y mis suegros me apoyan”.
Expresa que fue una decisión muy difícil de tomar. “Lo primero que pensamos fue en la familia, es muy difícil de verdad, pero son oportunidades que Dios nos presenta y hay que aprovecharla, pues lo llamaron para trabajar allá y yo estuve de acuerdo, decidimos que era el momento de que partiera”.
Agradece que existan las redes sociales, pues gracias a ellas ha logrado estar en comunicación con su esposo todos los días. “Nos comunicamos por mensajes, llamadas, video llamadas todos los días, de verdad que las redes sociales y celulares son maravillosas, hemos logrado estar comunicados en el momento todo el tiempo”.
Los registros de la Agencia de ONU para refugiados Acnur reflejan que a partir del 2.004 se multiplicó el número de venezolanos que emigraban del país. Entre 2003 y 2004 se duplicó el número de refugiados, de 598 a 1.256, y entre 2.004 y 2.009 se incrementó 5 veces, alcanzando a 6.221 la cantidad de venezolanos refugiados.
La tristeza de una madre sin la compañía de su hijo
Alis González, de 68 años, también vio partir del país a su único hijo Guillermo Suárez de 32 años, quien se fue por avión a Chile el 11 de noviembre de 2016.
Ella vivía en su casa sola con su hijo y cuando se fue la invadió la tristeza, por lo que su mamá, Eulalia Oberto de González, se fue a vivir con ella para que se sintiera acompañada.
“Me afectó su ida porque quedé sola, es mi único hijo, pero por lo menos allá está bien y me envía dinero todos los meses, me ayuda a mantener la casa aunque esté lejos”, cuenta Alis.
Confiesa que su hijo no se comunica mucho con ella por no tener un teléfono android. “Él trabaja en un restaurant. No hablamos mucho, él se comunica más con mi hermana y así es que sé de él”.
Su abuela Eulalia confiesa que sintió mucha tristeza cuando su nieto se fue. “No es el único nieto que se ha ido. Los mantengo a todos presente y me pongo a pensar en ellos. Lo extraño mucho, lloré su ida. He hablado con él desde que se fue pero poco”.
A Osleida, Ana, Carolina y Alis, las une la misma realidad. Tienen una parte de su corazón lejos del país, con ansias de un pronto reencuentro y esperanzadas en que los factores que motivaron a estos viajes como la economía del país, falta de oportunidades laborales, poco valor de la moneda, y la inseguridad, se resuelvan para evitar decirle “hasta pronto” a más miembros de la familia.
Panorama.