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Seguramente es la familia más numerosa de Venezuela, la más joven, la más vieja y la que pasa más tiempo compartiendo, conversando, trabajando, estudiando, jugando y extendida por el mundo en un claro mensaje de que, en el país se produce, inventa, crea y formamos parte del segmento de la humanidad del siglo XXI experto en avanzar entre dificultades.
Pero la realidad vuela, y desde el lugar de trabajo, escuela, liceo, universidad, sitios de culto o esparcimiento, no dejan de llegar noticias (si la banda ancha y la Wi Fi no fallan) de sucesos, en buena parte relacionados con lo que ocurre en esas fábricas, industrias, plantas, talleres y laboratorios de donde sale el 35 por ciento de la dieta alimentaria que consume el país.
Pero la cultura también es ciencia y deportes, dos estaciones más cerca de lo que se cree, y del trabajo de estos hombres de trabajo sale, igualmente, el apoyo y estímulo a los que, en áreas diferentes, se la juegan por el vivir decente y en paz y en el país de todos.
Pero no estamos en el país, viajamos y lo más seguro es que, no pocos de los viajeros lleven en sus equipajes productos de “Polar”, harina pan, sobre todo, para familiares, amigos, o para nosotros mismos, que no seremos de los pocos que, aun en Paris, Nueva York, Tegucigalpa, Rio, Barcelona, Tokio, Shanhai, Delhi o Lagos, desayunan con “Polar”.
Y ahí reside la fuerza fundamental de la “familia Polar”, en la diseminación de micro semillas que, en cuanto crecen en buenas manos, son Venezuela en movimiento, en una incontenible afluencia de energías que, puede compararse, a esos ríos venezolanos que corren torrentosos, pero ordenadamente.
Pero hablemos de historia, que siempre es necesario para explicarse el origen de ciertas aguas, de ciertas piedras, ciertas tierras que nacieron para fructificar y ser fructificadas.
“No es posible, retirarse de “Polar” me dice uno de los fundadores, “por que, si existe la figura legal de la jubilación y hay que cumplirla, además, la edad puede darte otras prioridades, pero, si trabajaste en “Polar”, vas a llevarla siempre contigo, estará siempre en tu nueva experiencia, porque nunca dejarás de ser trabajador y solidario”.
Pero, a partir de la frase empiezo a construir muchos capítulos, el primero de los cuales tendría que ser sobre aquel “entrepreneur”, Lorenzo Mendoza Fleury, que, de ser un modesto empresario de “jabones y velas”, decide treparse a las cumbres y fundar una cervecería.
“Fue una hazaña” me contó y creo que escribió después, el economista y político, Domingo Alberto Rangel “porque establecidas en el país dos marcas de cerveza que eran historia, tradición, Mendoza apareció con la suya en 1938 y la impuso”.
“Como empresario” me cuenta otro “te dejaba hacer, experimentar, probar, te daba todo el apoyo que necesitabas y después de la meta, te animaba a seguir corriendo”.
Los capítulos decisivos, sin embargo, no vendrán sino entre finales de los 50 y comienzos de 60, cuando se crea la “harina pan”, batalla que significó que tantas mujeres y madres venezolanas se liberaran del esfuerzo de pilar el maíz, desconcharlo, cocinarlo, molerlo para hacer la masa, y después divisar la arepa, en el budare.
“La harina pan surgió” me cuenta otro fundador “cuando en la planta de cerveza de San Joaquin, un ingeniero se dio cuenta que del maíz como corn flakes que se importaba de Estados Unidos para mejorar el sabor de las frías, quedaba un residuo empegostado que se hacía difícil limpiar y no servía para nada”
A quien si conocí un día -más bien una noche- fue a Lorenzo Mendoza Jiménez, nieto de fundador y actual presidente de Polar. Me citó por un par de horas en casa de amigo común para hacerme una consulta y amanecimos, casi amanecimos, conversando.