«El hecho de que uno sea paranoico no quiere decir que no haya enemigos ahí afuera», afirma un dicho en inglés. Y esta semana, en una especie de profecía autocumplida del venezolano Nicolás Maduro, que suele ver nuevos enemigos por todas partes, la revolución bolivariana tuvo que borrar definitivamente de la lista de amigos al que fue su aliado regional más poderoso.
Con la caída del Partido de los Trabajadores (PT), en Brasil, el sueño que había resucitado Hugo Chávez de hacer de América latina una patria grande quedó reducido a un pequeño búnker que Caracas comparte con gobiernos que también están en dificultades, como los de Ecuador, Bolivia, Cuba y Nicaragua.