Rogelio Núñez.
Juan Manuel Santos tiene urgencia para conseguir la aceptación total del nuevo acuerdo de paz. Urgencias políticas, personales y por la propia dinámica del proceso. Unas urgencias que condicionan y hasta pueden envenenar un proceso en el cual Álvaro Uribe mantiene sus propios tiempos que no se acompasan con las prisas presidenciales.
Santos, el equipo negociador y las Farc ha demostrado una gran capacidad de reacción ya que en tan solo un mes y diez días han logrado renegociar el acuerdo que fue tumbado por el plebiscito del 2 de octubre.
Han escuchado a los líderes del “No” (Álvaro Uribe, Andrés Pastrana, el exprocurador Alejandro Ordóñez y Martha Lucía Ramírez) y han regresado a la mesa de La Habana con la guerrilla para concluir en solo 40 días toda una renegociación de un acuerdo que se gestó en 4 años.
Pero las urgencias de Santos, la idea de que la guerrilla ya no va a ceder más y las cautelas de los líderes del “No” provocan incertidumbre en cuanto a si el objetivo de la paz se ha alcanzado ya o no.
Las urgencias de Santos
Esa urgencia de Santos nace por varias razones:
En primer lugar el propio Gobierno y la guerrilla ya han advertido sobre la fragilidad del cese al fuego en las actuales condiciones por lo que el tiempo apremia.
El jefe de la delegación de paz del Gobierno en el marco de las negociaciones de La Habana (Cuba), Humberto de la Calle, ha advertido de que si bien se ha cumplido el alto el fuego bilateral pactado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la situación es frágil y el acuerdo, urgente: “Nos comprometemos a informar lo que esté pasando en La Habana a los colombianos, trabajaremos con compromiso y celeridad para conseguir ese nuevo acuerdo a la mayor brevedad porque la incertidumbre no puede reinar”.
En segundo lugar, el cambio de coyuntura internacional con el triunfo de Donald Trump, y las dudas e incertidumbres que despierta (su apoyo o no al acuerdo de paz y sobre todo un endurecimiento en lo que a la política antidrogas se refiere) pueden también haber tenido alguna incidencia.
Y en tercer lugar, en esta precipitada renegociación pende la sombra de que el presidente necesiten el acuerdo final antes del 10 de diciembre cuando irá a recibir el Premio Nobel. Sería muy chocante recoger ese galardón sin un acuerdo de paz definitivo.
¿Un acuerdo definitivo?
Sin embargo, la sombra de la excesiva urgencia ronda sobre las acciones de Santos algo que más que ayudar puede convertirse en un handicap.
Todo apunta a que ahora la paz está en manos de los partidarios del “No”, en que estos acepten o no lo renegociado. Hasta ahora el proceso se encontraba en manos de lo que fueran capaces las Farc de ceder. Pero en este momento la coyuntura es muy diferente.
Y lo que antes estaba en el alero de los guerrilleros ahora lo está en el de los partidarios del No.
Álvaro Uribe ya he dejado claro que necesita tiempo para analizar lo renegociado y por eso ha pedido que los “los textos que anuncian de La Habana no tengan alcance definitivo… sean puestos en conocimiento de los voceros del No y de las víctimas, quienes los estudiarán en breve tiempo y expondrán cualquier observación o solicitud de modificación en nueva reunión con equipo negociador del Gobierno”.
Los partidarios del “No” quieren estudiar el nuevo acuerdo y, con seguridad, van a proponer cambios lo cual va contra el deseo de la guerrilla para la cual “el nuevo acuerdo de paz DEFINITIVO”, según escribió con mayúsculas en su twitter Iván Márquez.
El gran reto para Santos, que ha buscado atraerse el apoyo de los partidarios del No, es que Uribe, Ramírez y Pastrana acepten que no va a haber cárcel para los jefes de las FARC que hayan participado en delitos de lesa humanidad, ni limitaciones para ser candidatos y hacer política.
Las Farc rechazaron de plano en la renegociación que los condenados por delitos graves perdieran derechos políticos, o que su participación política se limitara a escenarios locales y no nacionales- o que se pospusieran hasta después de cumplidas las condenas.
El propio Santos admitió que el acuerdo se encuentra en manos de los ganadores de la jornada del 2 de octubre y en lo que ellos transijan: “Un punto que reclamaban muchos de los del No era que los jefes guerrilleros no pudieran ser elegidos. Yo entiendo que este es el sentir de muchos ciudadanos. En la mesa de La Habana los negociadores del gobierno insistieron mucho en ese punto para responder a esa preocupación. Tengo que decirlo con franqueza. Aquí no se logró avanzar”.
La realidad es que es muy complejo que los partidarios del “No” admitan que se mantenga la Jurisdicción Especial para la Paz y no sea sustituida por un sistema de justicia transicional dentro de la justicia ordinaria.
El expresidente de Colombia Álvaro Uribe lleva tiempo insistiendo en que la justicia transicional como parte de los acuerdos de paz “no es para darle total impunidad al terrorismo… Para aplicar la justicia transicional no hay que eliminar las competencias de la justicia ordinaria”.
Es muy difícil además que los sectores del “No” acepten que los responsables de delitos atroces no puedan ser congresistas. En el nuevo acuerdo se mantiene la expresión “restricciones a la libertad” pero no se contempla la “privación de la libertad” como pedía el uribismo.
Otro ex presidente de Colombia, Andrés Pastrana (1998-2002), ha pedido revisar la entrada en política de los guerrilleros de las FARC, en contra de lo que expresa el acuerdo de paz firmado entre el Gobierno colombiano y esta guerrilla: “Los guerrilleros que están acusados de crímenes de guerra o lesa humanidad no pueden ser cargos electos”.