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Por la última diferencia, miles de colombianos están siendo atropellados, robados, torturados y expulsados a Colombia por la dictadura de Nicolás Maduro, quien, nos ha vuelto a recordar su filiación hitleriana, mussoliniana y stalinista.
Es, en strito sensu, una reposición de aquella “kristallnacht” con que Hitler comenzó el holocausto, pues vía internet (en Venezuela ya casi no hay medios independientes), también nos están llegando imágenes de aquellos cristales, paredes, enseres y vidas rotas de hace 76 años.
Y cómo por lo que conocemos de aquel horror, también debemos horrorizarnos hoy por la tranquilidad o indiferencia de la comunidad internacional que, ¡otra vez! a los judíos de esta semana y de los pueblos de San Cristóbal, San Antonio y Cúcuta se les acorrala sin que tengan dolientes.
Ni la OEA, ni la ONU, ni la UNASUR, ni el MERCOSUR dicen una sola palabra, multilaterales que, al parecer, lo único que tienen en mayúsculas son las iniciales.
Mucho menos, los gobiernos de esta y otras regiones, inmersos en sus propios negocios o crisis y poco interesados que la violación de los derechos humanos en países lejanos los distraigan de sus asuntos.
Pero es que, ni el propio gobierno colombiano, el de Juan Manuel Santos, parece interesado en ir más allá de lo “políticamente correcto” y publica una protesta más para criticar a Uribe, que a Maduro.
Lo cual no apagará el llanto de los niños que a medianoche son sacados de sus hogares, ni de los ancianos que de repente ruedan por una frontera sin saber donde ir, ni de las parejas que perdieron sus casas y haciendas
mientras tardaba en despuntar el sol.
Es la tragedia de otro pueblo víctima de un totalitarismo, plaga que solo admite una cura: la fumigación.