Acabar con la salud física y mental de un país de 28 millones de habitantes, y en un año y cuatro meses, es una hazaña que ha logrado el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela y, quizá sin percibir la catástrofe hacia donde nos ha conducido.
En una característica de psicópatas -más específicamente de esquizofrénicos- eso de dar rienda suelta a su afán destructivo, pero creyendo que actúan dentro de la más estricta normalidad, y hasta que promueven el bien de los demás.
No es un caso único y sin precedentes en la historia, ya que, especímenes hubo que redujeron a cero a países y hasta continentes.
Hitler, Stalin, Mussolini, Mao, la dinastía Sung de Corea del Norte, y los hermanos Fidel y Raúl Castro –para no salirnos del pasado siglo y del presente-pueden colocarse frente a Maduro y con ventajas.
En lo que sí es imbatible el autodidacta venezolano, es en su carencia absoluta de atributos para cumplir su nefasta e implacable tarea, pues, al hablar de sus antecesores, nos damos cuenta que, o eran políticos de carrera, o militares que cumplieron épicas importantes, o militantes que sufrieron persecuciones, cárceles o exilios por sus ideas.
De Maduro, al contrario, solo podría que es un tipo con suerte, pues sin estudios de ningún tipo, sin militancia heroíca, ni aún en los boys scouts, y mucho menos, sin haber participado en una pelea de calle, hello convertido en presidente de un país y para destruirlo.
Es un caso inédito y que tendrá su lugar en la historia, no por sus esfuerzos, sino por su flojera.