Manuel Malaver
No era automático que el enjuiciamiento y prisión de Lula da Silva significara la caída de Dilma Rousseff, sin embargo, ahora parece inevitable que, cualquiera sea el giro que tome la causa que se le exige al exobrero metalúrgico, su heredera será objeto de un impeachment y separada de la presidencia de Brasil.
La razón de tan dramática consecuencia radica en que, la dirección del oficialista Partido Trabalhista – o quizá el mismo Lula-convencieron a Dilma de que “protegiera” a un ciudadano que estaba siendo requerido por la justicia y eso es todo lo que ningún país democrático puede permitir si no quiere que sus instituciones se conviertan en cuevas de ladrones.
El ciudadano es Lula da Silva y la “protección” nombrarlo superministro para que escapara a la acción de la justicia, pero sin percibir que la justicia misma se había activado para que la impunidad no se estableciera como marca de fábrica de la sociedad brasileña.
Un juez reveló ayer unas “escuchas” donde Dilma le participa a Lula que acaba de incorporarlo al gabinete y que, con el placet que lo acredita como ministro, puede evitar ser citado por jueces, fiscales y tribunales.
Desde luego que, la revelación ha sacudido a Brasil y seguro que será decisivo para que nuevas movilizaciones como las del domingo pasado hagan inevitable que el Alto Tribunal y el Congreso decidan la suerte de la Rousseff.
Ella no será otra que la celebración de un juicio que conduzca al “impeachment”, que es un recurso del derecho anglosajón que los brasileños han incorporado a su Constitución para separar de la primera magistratura a presidentes acusados de delitos penales.
Tal ocurrió en el 92 con Fernando Collor de Melo, un jefe de Estado que hundido en la corrupción extrema abandonó el poder por exigencia del pueblo, el Congreso y el Alto Tribunal.
No parecería ser otro el destino de Dilma Rousseff que, además podría arrastrar en su caída a su mentor y padre político: Lula da Silva.
@MMalaverM