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Aunque no son pocos los analistas que dentro y fuera de Argentina piensan que el peronismo es eterno, creo que el pronóstico es demasiado pretensioso y que, además, ignora la naturaleza de un fenómeno político tan voluble que unas veces ha sido socialista y otros neoliberal.
Por decir lo menos, pues no debemos olvidar que Isabel Perón, la viuda del general Perón, fue presidenta durante los primeros años de la dictadura de Videla, teniendo como ministro del Interior a aquel López Rega que, aparte de brujo, fue secretario privado de su marido.
Con Néstor Kirchner y su esposa, Cristina Fernández, sin embargo, creo que pasó otra cosa, pues, no sólo se empeñaron en resucitar un peronismo tan primitivo como anacrónico, sino que, su empeño chocó contra una América Latina y una Argentina que querían adentrarse en las oportunidades del siglo XXI.
Y tal giro no podía ser más ajeno al caudillismo peronista, a un modelo que ya había colapsado en la década de los 90 del siglo pasado y pedía a gritos un compromiso con la libertad, la democracia y el estado de derecho.
Los Kirchner, al contrario, se plegaron al proyecto que había iniciado Chávez en Venezuela en 1999, asumieron todas las aventuras chavista y castristas y el costo fue que Argentina volviera a depender de sus exportaciones de materias primas (carne, trigo y soya principalmente), mientras sus industrias manufacturera y metalmecánica se estancaron.
El resultado fue que, derrumbándose los precios de las materias primas en el último quinquenio, también cayeron el crecimiento, el consumo y el empleo, mientras la inflación, el desabastecimiento y la deuda empezaron a subir a un ritmo parecido al venezolano.
Tiempo, entonces, de cambiar el modelo y ahora si el electorado -incluido el peronista- votó por la oferta de un candidato pragmático, Mauricio Macri, que no es que, estigmatizó y pulverizó al peronismo, sino que dijo que lo mandaba al congelador para que se preservara al frío por varios siglos.
Por Manuel Malaver / @MMalaverM