Tremendo, soberbio esfuerzo realiza el gobierno de Maduro por convencer al país de que el virus que ha matado a decenas, y postra a miles de venezolanos, es cualquier cosa, menos el aedes aegypti y aedes albopictus conocido también como chikungunya. Privilegio que no han tenido el dengue, el ébola, y el siempre activo y por prejuicios morales clandestino: HIV.
¿Qué ha llevado, entonces, al madurismo a emprender una recia campaña, no para erradicar el “Chik”, sino para minimizar, e incluso negar su existencia, llegando al extremo de detener y amenazar con un juicio a un médico que denunció que en Maracay habían fallecido 8 pacientes infectados?
Pues, sencillamente, a que estamos ante la primera epidemia viral que se desencadena en el centro de la catástrofe médico asistencial generada por el socialismo y que revela que, no solo a través del desabastecimiento alimentario, sino también medicinal y de equipos y servicios quirúrgicos, Venezuela es conducida al siglo XIX.
En efecto, el brote original del perfectamente controlable virus en condiciones razonablemente funcionales, se ha expandido por falta de los químicos que permitieran hacer los diagnósticos adecuados, o porque, una vez realizados, no existen los medicamentos que darían lugar a su control y cura.
En este orden, es inexcusable que en las farmacias y centros clínicos del país no existieran las cantidades adecuadas de acetaminofén, un componente de antipiréticos del cual no se desprenden ni siquiera los países más pobres del mundo, pues es indispensable para tratar las epidemias gripales que siguen al cambio de las estaciones, o al paso de la estación seca, a la lluviosa.
Pues bien, en la Venezuela postchavista, que también puede llamarse madurista, o socialista, desaparecieron el acetaminofén y miles de medicamentos, ya que la economía entró en una clara y contundente bancarrota, una en la cual el único grito que se oye es el de: “¡Sálvese quien pueda!”.