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Lo contó Maduro y la verdad es que si no lo hubiera oído, y en su clara e inteligible voz, no lo hubiera creído. Dijo que cuando enterraban a Robert Sierra en el Cementerio General del Sur, al pasar frente a un grupo de personas que sepultaban a algún familiar, se desprendió una mujer roja de ira que lo zarandeó y le gritó en su cara: “¿Hasta cuándo Maduro?”
“Yo también la zarandié” continuó “le dije unas cuantas palabras y terminé gritándole: “¿Y qué quieres tú que yo haga?”
Ya podemos imaginarnos el desconcierto, la confusión y la desesperanza de esta valiente mujer -seguramente la madre del fallecido-, que aprovechando la presencia de Maduro, se vistió de todo su coraje para arrojarle la que, sin duda, era otra muestra de dolor, del intenso dolor, que hoy abruma a decenas de miles de madres venezolanas.
Y el presidente sorprendido, estupefacto, -quizá conmovido- y sin otra respuesta que darle que el de su impotencia e incapacidad para ponerle coto al mal que desangra día a día a cientos de hogares.
Reconocimiento, que es también una declaración de que no está en condiciones de cumplir con los deberes del cargo que ejerce, que, en otras exigencias le impone, por mandato constitucional, garantizarle a los venezolanos que pueden vivir en un país libre, próspero y seguro.
Todos bienes perdidos porque ya no hay ni libertad de expresión, se acabaron la comida y las medicinas, y en cuando a la seguridad, la madre que lo increpó en el cementerio también pudo decirle:
“Presidente: usted y yo estamos aquí por un mismo mal y un mismo enemigo: y es el hampa que sin ninguna clase de restricciones, es la que manda en el país.
Unámosnos, todos los que estamos en la mira de tan terrible flagelo que no respeta ideologías, ni colores políticos y pongámosle fin de una vez por todas”.
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