Se discutirá durante años si la retirada de los soldados norteamericanos de Irak hace un año, fue la luz verde que abrió las puertas a la insurgencia del Estado Islámico y la cadena de matanzas que ha perpetrado contra una sociedad irakí que quedó inerme con la ausencia de su principal y poderoso aliado. De igual manera, se formulará por mucho tiempo la pregunta si la negativa del gobierno de Barack Obana de armar a la oposición siria contra Bashar al Assad, no dio lugar a un pacto entre los yihadistas y el dictador que ha devenido en el reparto del territorio de esa nación
Omisiones que, para colmo, no han evitado que Estados Unidos anuncie que se prepara para incursionar en una nueva guerra que, seguramente, no se habría conjurado con la presencia de soldados gringos en Irak y Siria, pero si amortiguado unos efectos que –se pronostican- serán devastadores.
Pero muy riesgoso es optar en la política del mundo que vivimos por el apaciguamiento, por escabullirse ante los peligros reales invocando supuestos que, ya sabemos, valen para todo el mundo, menos para los enemigos de la democracia, la libertad y el estado de derecho plural y tolerante.
Por eso, una buena dosis de alerta, presencia y vigilancia ante los enemigos, siempre es necesaria; y si lo impone la agresión, de luchas, confrontación y sacrificios sin miedo.
Lo demostraron, Churchill durante la Segunda Guerra Mundial; y los estrategas de las democracias occidentales al enfrentar al sistema comunista en los años de la “Guerra Fría”.
Que, es cierto, implicaron la violencia y el derramamiento de sangre, pero que resultó un costo infinitamente menor a pagar, comparado con la inmensa tragedia de que Hitler y los Nazis, o los comunistas rusos, chinos y de otros lares hubiesen dominado el mundo.