“El pintor pinta para poca gente. El caricaturista dibuja para multitudes. En mi caso, yo soy más famoso como caricaturista que como pintor. Al lado de Zapata, el caricaturista, el pintor Zapata es un desconocido, como todos los demás pintores”.
La sentencia no deja de ser particular y ocurrente, como todo lo que tiene que ver con Pedro León Zapata, quien de esta manera se refiere a la faceta creativa con la cual ha obtenido apoyo, reconocimiento y popularidad, la de caricaturista, hasta situarse como el más eminente representante de esta expresión artística, desde que comenzara a ejercerla en El Nacional en 1965, hace ya 50 años, motivos por el cual es oportuno reeditar esta entrevista, que publicamos en 2009.
Nacido en La Grita, Táchira, en 1929, tenía poco más de un año cuando llega a Caracas con su familia.
“Lo que me hizo venir fue la muerte de mi padre. Mi mamá siempre había vivido en Caracas. La estancia en los Andes fue transitoria. Mi papá era militar y lo mandaron para allá. Mi inquietudes artísticas empezaron -si es que empezaron- después de unos diez años, tal vez 12 ó 13, yo creo que tardíamente. Espero con los años volverme un niño prodigio”, apuntala con su proverbial humor.
A los 15 años ingresa a la escuela de Artes Plásticas, donde -afirma- se le abrió “el mundo entero, el imaginario y el real”. En esa época, con un grupo de jóvenes pintores, integra lo que se denominó La Barraca de Maripérez, una suerte de taller de artes visuales para la práctica del arte que comenzaban a descubrir. No tenían una plataforma de acción definida, sólo los inspiraba el deseo de enfocarse en desarrollar su vocación.
En eso andaba, cuando en 1947 recibe del gobierno venezolano una beca para estudiar en México, algo que no lo entusiasmó demasiado, pues su verdadero deseo era irse a París. Inicialmente iba a estar un año, pero quedó tan maravillado con la cultura azteca, que permaneció once.
-Cuando llegué a México todo me disgustaba, sobre todo la pintura. Fue después de un año cuando comencé a sentir afición y amor por lo mexicano.
-¿Lo que más lo impresionó de la cultura mexicana?
-Primero, el arte prehispánico. Después, Diego Rivera, el hombre y el pintor.
-¿Le costó insertarse en Venezuela después de sus años en México?
-Sí. Yo viví tanto en México, que me sentía extranjero aquí. Pero la gente de Caracas era increíble en esa época, recién caído Pérez Jiménez. Había una hermandad y una solidaridad inmensas.
Al volver a Venezuela en 1958, encuentra al país en plena euforia democrática, un caldo de cultivo ideal para desarrollar su labor. Ingresa como docente en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela y continúa ejercitándose en la pintura. También retoma una actividad, la de caricaturista, en la que ya había incursionado a los 17 años de edad, en la revista Fantoches, dirigida por Aquiles Nazoa. En este regreso, colabora en periódicos humorísticos como Dominguito, El Fósforo, La Hallaca Enfurecida y Cascabel.
Pero sería en El Nacional donde llevaría ese arte a niveles de excelencia. Él mismo narra las circunstancias de su ingreso al periódico:
-El caricaturista de El Nacional era Sancho y él se fue a trabajar a otro lado. Como al mes, yo le pedí a Aníbal Nazoa que ofreciera mi trabajo a Ramón Velásquez, en esa época director del diario. Ramón Velásquez ya conocía mi trabajo desde La Barraca y aceptó inmediatamente. Al principio creía que la caricatura salía esporádicamente, así que las llevaba de vez en cuando. Ramón Velásquez me informó que eran diarias. Entonces comencé a llevarlas todos Omar Pérez.
-¿Su inclinación por el dibujo se gestó paralelamente a su habilidad para la caricatura, o ésta fue una consecuencia?
-Todos los dibujantes tienen habilidad para hacer caricaturas. Grandes ejemplos: Leonardo, Goya, Rembrandt, Picasso. Yo, en mi pequeña medida, también tengo esa habilidad. Los que no pueden hacer caricatura es porque no saben dibujar.
Como pintor, ha desarrollado paralelamente una carrera incesante. En este ámbito, vale destacar la exposición retrospectiva que con el título de “Todo el Museo para Zapata” tuvo lugar en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas en 1975, con el decidido respaldo de Sofía Imber, para entonces directora de esa institución y una de las promotoras más decididas de su obra.
Como caricaturista, Zapata ha sido galardonado con el Premio Nacional de Periodismo en 1967, además de dos Premios Municipales, en 1974 y 1978. En rol de pintor, recibió en 1980 el Premio Nacional de Artes Plásticas.
Entre sus numerosas iniciativas figuran también las publicaciones humorísticas Coromotico y El Sádico Ilustrado, pero la de mayor arraigo y recordación es, sin ninguna duda, la Cátedra Libre de Humorismo Aquiles Nazoa, en la Universidad Central de Venezuela.
-¿Los mejores humoristas que ha tenido Venezuela?
-Los mejores son los actuales. En el siglo XIX fueron los costumbristas. En el siglo XX, Leoncio Martínez (Leo), Francisco Pimentel (Job Pim), Aquiles Nazoa, Miguel Otero Silva y algunos más.
-¿Los puntos de confluencia y divergencia entre lo cómico y lo humorístico?
-Mi teoría es que el humorista es un cómico fracasado, que después de fracasar dice: “Lo que pasa es que yo no soy cómico sino humorista. Por eso la gente no se ríe.”
-¿Artista es sinónimo de compromiso con el país?
-Artista es sinónimo de libertad. El artista es libre de poner su alma donde quiera, como dice Pablo Neruda.
-¿Se puede decir que su obra es inclasificable?
-Eso aspiro yo.
-¿Qué no se puede permitir un caricaturista?
-Apoyar al poder. El poder tiene mucho apoyo, el poder nació apoyado. Sería una redundancia que el poder se burle de la gente haciendo humorismo.
-¿Qué le produce el hecho de pintar?
-Tanto placer como me produce dibujar caricaturas. Cuando pinto me siento pintor. Cuando hago caricatura me siento caricaturista.
-¿Cómo ve a la Venezuela de estos tiempos?
-Como la de antes: humorísticamente.
-¿La mayor alegría que ha tenido?
-Que Mara (su esposa) me dijera: “Sí”.
Por Aquilino José Mata / El Diario de Caracas