Hoy el país está roto por los cuatro costados. No es una república al haberla convertido, objetivamente, en un protectorado castrista.
La vocería democrática denuncia que las sentencias 155 y 156 de los siete del patíbulo tesejista rompieron el hilo constitucional. ¿Cuál hilo? Me pregunto yo, si ya no quedaba ni una hilacha para ensartar la aguja con la que pudiera coserse lo que, deliberadamente, ha sido deshecho por los mismos que fabricaron una Carta Magna para patearla, ignorarla e instrumentalizarla de acuerdo a su conveniencia. De la mejor Constitución del mundo mundial y del universo entero no queda sino un librito azul, con el cadáver insepulto de su letra muerta.
Aquella no tiene el grato olor de la tinta sobre el papel, al contrario huele a rancio y a putrefacto por el manoseo espurio de quienes la usan para su beneficio y para enterrar en su inframundo al Estado federal y descentralizado que perfilan en sus primeras páginas. En el oscuro hueco cavado por los sepultureros de la democracia, sólo quedan huesos de su cuerpo desmembrado, como los que se han encontrado en las fosas comunes ¿descubiertas? de la PGV.
Hoy el país está roto por los cuatro costados. No es una república al haberla convertido, objetivamente, en un protectorado castrista. Aserto incontrovertible que hace de la cúpula podrida una taifa de traidores a esta expatria. Delito que le imputan a los presos políticos y de conciencia que encarcelan y torturan amparados en el medalagana, como único argumento de la paranoia dictatorial. Activada desde hace 18 años con la asesoría del G2 cubano, que no descansa ni el 26 de julio.
Este deshilachado expaís -con una grave escasez de hilo porque no hay dólares para importarlo- sufre una tragedia participativa, protagónica y multiétnica sin precedentes. Participativa porque 90% de los venezolanos participa del hambre, de la miseria, de la violencia y del desmadre en el que nos ha sumido la corrupción de la pútrida macolla, enriquecida obscenamente con petrodólares, depositados en paraísos fiscales o invertidos en bienes, incluso en el imperio.
La tragedia es protagonizada por la casi totalidad de los aquí nacidos. En los balcones del privilegio se aposenta el cogollo, para desternillarse de risa cuando ven el drama que se representa en los escenarios del infortunio y la indigencia impuesta por la cúpula despótica -que se recrea con el doloroso viacrucis de famélicos protagonistas- en esta tragedia llamada socialismo del siglo XX.
Los venezolanos no votamos por Maikel Moreno, ni por Calixto Ortega o por Luis Damiani y otros, para que terminaran de destruir lo poco que quedaba de nuestra deshilachada institucionalidad. 14 millones elegimos a unos diputados para que nos representaran en el Poder Legislativo.
Qué duda cabe en torno al carácter multiétnico de este calvario socialista. Lo es porque en este territorio sobrevive una población mestiza junto a unos 25 grupos ancestrales, que en el decurso de esta revolución se han hecho citadinos y semaforizados. Siempre con la mano extendida, para recibir la limosna que solicitan a aquellos que se detienen para esperar el cambio del rojo al verde. El socialismo ha igualado por debajo a la mayoría de los venezolanos, y hasta cuesta sacar un óbolo de nuestros paupérrimos y depauperados bolsillos.
Los comunistas -con su autoproclamada sensibilidad, superioridad social y moral- concluyeron que el prefijo de indígena provenía de indigente. De tal suerte, que el aborigen era per se un indigente. Me pregunto si el razonamiento en contrario es válido. Esto es, si hoy que la mayoría de los venezolanos estamos en la más absoluta indigencia nos podemos considerar originarios, autóctonos o nativos. Lo cierto es que la miseria nos acerca y nos hermana. Algo que prefiero a ser un menesteroso habitante de esta colonia castrista, que lo es por obra y gracia del difunto paracaidista y del obeso sujeto que come sin medida y habla sin parar.
Las 26 o 27 constituciones han sido trajes a la medida de muchos de los sátrapas que han detentado el poder desde que somos república. Pero la última -la socialista- en 18 años ha sido descosida, desconocida, reformada, descuadernada, desbaratada, rasgada y violada tantas veces, que no le queda ni un hilillo de vitalidad democrática. Por ahora, sólo ha servido como instrumento -por uso u omisión- para mantener una tiranía destructiva y corrupta.
Agridulces. Los venezolanos no votamos por Maikel Moreno, ni por Calixto Ortega o por Luis Damiani y otros, para que terminaran de destruir lo poco que quedaba de nuestra deshilachada institucionalidad. 14 millones elegimos a unos diputados para que nos representaran en el Poder Legislativo, para enderezar lo que un descabellado individuo convirtió en una deplorable y violenta gallera.
Correo del Caroní.