Sólo ha vivido una persona capaz de conquistar al planeta entero utilizando en todas sus apariciones los mismos jeans y la misma camiseta de cuello de tortuga negra. Con esa mínima descripción debería bastar para saber de quién estamos hablando, por supuesto. Queda, sin embargo, la cuestión verdaderamente interesante: ¿a qué Steve Jobs imagina cada uno de nosotros al leer esa descripción? Están los acólitos del i-LoQueSea, que ven en Steve Jobs al gurú de la interfase, al dios del gadgetismo, a un modelo generacional indiscutible que lo cambió todo.
Están también los que detestan al protagonista, quienes no ven en él a un líder carismático sino a un déspota caprichoso; esta parte del salón normalmente también ve en los productos Apple que Steve creó (perdón: que ayudó a crear, a pesar de haber sido siempre él quien los presentaba en sociedad), en esos productos tan blancos y de líneas tan limpias, una patraña, un ejemplo triste pero perfecto de que una marca bien construida puede vender muy cara cualquier porquería.
Sin embargo, en esta fórmula no existe el punto medio: lo cierto es que Steve Jobs no es indiferente para nadie (al menos para nadie en el mundo de los que están enterados de lo que pasa gracias a su smartphone). Hoy, en su quinto aniversario luctuoso, toca recordar a este ícono, tratando de verle todas las aristas. ¿Genio, loco, emprendedor visionario, narcisista, todo ello? Ya veremos.
Steve, el genio
En este punto el quórum está generalmente de acuerdo. Inclusive quienes miran con tirria el onanismo crónico que Jobs padecía, son capaces de justificarlo con este argumento: Jobs era un genio, y por tanto era quizá un poco menos chocante, o al menos un chocante con razón (que normalmente es más chocante… en fin).
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Si bien el genio de Jobs es indudable, acaso el imaginario popular ubica su habilidad en un sitio en el que no va. Veamos: ¿era Jobs un genio de la tecnología? No precisamente: si bien fundó la empresa de tecnología más icónica de la historia, y antes trabajó en otras similares, como Atari, lo de Jobs nunca fue precisamente la innovación. Precisamente de su paso por Atari es una de las anécdotas que mejor ilustran este punto: uno de sus primeros encargos en la empresa de videojuegos fue crear un juego que compitiera cabalmente con el éxito de Pong.
El juego tenía que funcionar con muy pocos bits, de modo que le ofrecieron 750 dólares si lograba desarrollar el juego, más 100 dólares por cada bit que lograra ahorrarle a la capacidad de procesamiento del juego. Jobs le pidió ayuda a su amigo Steve Wozniak y le ofreció la mitad de la paga. Wozniak, que siempre fue bueno para optimizar los sistemas, logró la tarea, y redujo 50 bits al juego.
Así, Jobs cobró los 750 dólares más otros 5,000, y le dio a Woz la mitad… de los 750. De modo que sí, Jobs fue un genio, sólo que quizá su capacidad no era tanto la inventiva, sino la de sacar provecho de las situaciones y de la gente. No en vano, fue cofundador de Apple, pero estuvo también involucrado en la creación de Pixar.
Tuvo la suficiente habilidad como para ponerse de sueldo un dólar al año, tanto en Apple como en Disney, lo cual lo hizo ver como una persona humilde… que no le hacía el mismo ruido al hecho de que sus acciones en ambas compañías le hacían ganar muchos millones al mes. Su habilidad para ubicar oportunidades (y a gente que se las pudiera proporcionar) sin duda contrastaba con otro de sus rasgos de carácter:
Steve, el sociópata
OK, la palabra es exagerada. Sin embargo, lo cierto es que Jobs no era lo que se dice un cascabel, ni un tipo demasiado agradable, por lo que dicen sus allegados. Steve Wozniak, que era el verdadero genio técnico de Apple y uno de los más cercanos amigos de Jobs, es hoy un canoso bonachón que se describe a sí mismo como alguien incapaz de recordar rostros y que va por el mundo hablando sobre el futuro de la tecnología; o sea: un tipazo.
A pesar de ello, y de la cercanía que tenía con Jobs, no tiene empacho en decir que su amigo no era el más agradable. En una entrevista con la BBC, Woz dijo que “Steve no era una persona con buenas habilidades sociales. (…) Su manera de actuar sin importarle lo que pensaban otros sobre él -lo cual le permitía ser más desagradable de lo que hubiera sido de otra manera – estaba allí desde el comienzo de Apple”.
Los amantes de Jobs dirán que, bueno, no se puede ser un genio sin ser un poquito raro. Y nos recordarán que Jobs era también un tipo muy espiritual, que pasó alguna parte de la década de los 70 en India, en viajes de LSD, y que cuando volvió a California apestaba como el más intenso maestro de los chakras.
Los detractores dirán que sí, eso es correcto, pero que también Jobs manifestaba falta de respeto por las reglas: se estacionaba donde se le pegaba la gana (en lugares exclusivos para discapacitados o en dos lugares a la vez, por ejemplo), y ni qué decir de lo tiránico que era con sus empleados, a quienes trataba como trapo. Bueno, contestarán ya medio enrojecidos los amantes de Jobs, pero se llevaba realmente bien con la gente que era de verdad talentosa.
Sí, replicarán los otros, pero era un pesado con gente que lo quería, como Woz: incluso le armó tremenda pataleta cuando fue el amigo el que tuvo el número de empleado 1 en Apple; tanto, que hizo que la directiva de la creciente empresa le asignara a él el número 0. “Era un tipo que sabía hacer las cosas”, dirán unos; “¿a qué precio?”, se lamentarán los otros.
Pongámonos de acuerdo: un tipo normal, no era
. Lo cual es de algún modo necesario para salvaguardar su poder como visionario de la tecnología, ¿correcto?
Steve, el gurú
Cada vez que Jobs salía a hablar, el mundo se detenía. Literalmente. Todos, amantes o detractores, sabíamos que lo que Steve dijera en las presentaciones de Apple sentaría un nuevo paradigma a seguir. En 2007, cuando presentó el primer iPhone, inauguró la era de los smartphones; un par de años antes, presentó al mundo de a pie la idea de la Nube (a pesar de que otros la estaban desarrollando).
Sin duda Jobs impulsó al mundo con avances espectaculares. Pero lo cierto es que también desdeñó o directamente omitió otros. Por ejemplo: Jobs nunca quiso entrar al negocio de las phablets (smartphones grandotes o tablets chiquitas, según se vea); tampoco quiso agregar stylus a sus iPads.
Con la muerte de Jobs, el 5 de octubre de 2011, Tim Cook, el nuevo presidente de Apple, decidió ir por algunas de las ideas rechazadas por Jobs, entre ellas el aumento del tamaño de los teléfonos y la implementación del Apple Pencil en sus tablets. Para sorpresa de muchos, el negocio mejoró: Apple vendió más de 13 millones de iPhone 6S y 6S Plus sólo en el primer fin de semana, rompiendo todos los récords de las ediciones anteriores; el tamaño del aparato también superó por mucho el del clásico modelo aprobado por Jobs.
¿Fue Steve Jobs un genio del marketing o un excéntrico inadaptado con suerte? ¿O ambas cosas? Difícil saberlo. Lo único cierto, y acaso lo único que vale, es que el mundo después de él no es el mismo. Y eso nadie puede negarlo.
Vanity Fair MX.