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Fue una política en extremo eficaz de los constructores del socialismo en el siglo XX, desarmar a la población civil y solo permitir que las armas fueran monopolizadas por el Ejército y los cuerpos de seguridad del Estado. En otras palabras: que jamás pensaron que pudiera haber algún tipo de convivencia con el hampa común ni ninguna otra, y procedieron, rápidamente, a barrer cualquier vestigio de las que existían o pudieran existir.
En cuanto a grupos paramilitares para apoyar a las fuerzas regulares, igualmente fueron severamente prohibidas, a menos que fueran legalmente controladas por cuerpos de militares profesionales.
No fue la experiencia que copió la llamada revolución “bolivariana” desde sus más tempranos días, la cual, fuera durante el chavismo o el madurismo, se arriesgó a pactar con estos grupos incontrolables, que, a estás alturas del juego -¿qué duda cabe?- se está tragando lo que Maduro cree que es el socialismo.
El ejemplo más ilustrativo y dramático es lo que sucede con el contrabando, -que en económica son las ventajas que obtienen unos comerciantes al vender productos de un mercado controlado a otro abierto- que es producto de la complicidad de la burocracia corrupta con el hampa organizada, y son los que extraen combustible y alimentos de las reservas y almacenes de Estado para venderlos en los países vecinos.
Pero no es el peor efecto de la coexistencia entre hampa y socialismo característica del chavismo y el postchavismo, sino que habría que señalar los 150 mil asesinatos perpetrados por la primera en 15 años de vida en común.
Y que no pueden sino dejar la pregunta: ¿Es posible que tal incendio no terminen quemando a quienes lo propiciaron y que un día en las estadísticas aparezcan los nombres de quienes opinan que “con el hampa se vive mejor”?.
Pensamos que sí.